EL CREADOR escogió para nuestros primeros padres el ambiente más adecuado para su salud y felicidad. No los puso en un palacio, ni los rodeó de adornos y lujo artificiales que tantos hoy se afanan por conseguir. Los colocó en íntimo contacto con la naturaleza, y en estrecha comunión con los santos celestiales. En el huerto que Dios preparó como morada de sus hijos, hermosos arbustos y delicadas flores halagaban la vista a cada paso. Había árboles de toda clase, muchos de ellos cargados de fragante y deliciosa fruta. En sus ramas entonaban las aves sus cantos de alabanza. Bajo su sombra retozaban las criaturas de la tierra unas con otras sin temor.
Adán y Eva, en su inmaculada pureza, se deleitaban en la contemplación de las bellezas y armonías del Edén. Dios les señaló el trabajo que tenían que hacer en el huerto, que era labrarlo y guardarlo. (Véase Génesis 2:15.) El trabajo cotidiano les proporcionaba salud y contento, y la feliz pareja saludaba con gozo las visitas de su Creador, cuando en la frescura del día paseaba y conversaba con ellos. Cada día Dios les enseñaba nuevas lecciones. El régimen de vida que Dios señaló a nuestros primeros padres encierra lecciones para nosotros. Aunque el pecado haya echado sus sombras sobre la tierra, Dios quiere que sus hijos encuentren deleite en las obras que hizo. Cuanto más estrictamente se conforme el hombre con el régimen del Creador, tanto más maravillosamente obrará Dios para restablecer la humanidad doliente. Es preciso colocar a los enfermos en 202 íntimo contacto con la naturaleza. La vida al aire libre en un ambiente natural hará milagros en beneficio de muchos enfermos desvalidos y casi desahuciados.
El ruido, la agitación y la confusión de las ciudades, su vida reprimida y artificial, cansan y agotan a los enfermos. El aire cargado de humo y de polvo, viciado por gases deletéreos y saturado de gérmenes morbosos, es un peligro para la vida. Los enfermos, los más de ellos encerrados entre cuatro paredes, se sienten casi presos en sus aposentos. A sus miradas no se ofrecen más que casas, calles y muchedumbres presurosas, y tal vez ni siquiera una vislumbre del cielo azul, ni un rayo de sol, ni hierba ni flor ni árbol. Así encerrados, cavilan en sus padecimientos y aflicciones, y llegan a ser presa de sus tristes pensamientos. Para los que son moralmente débiles, las ciudades encierran muchos peligros. En ellas, los pacientes que han de reprimir sus apetitos morbosos se ven continuamente expuestos a la tentación. Necesitan trasladarse a un ambiente nuevo, donde el curso de sus pensamientos cambiará; necesitan ser expuestos a influencias diferentes en absoluto de las que hicieron naufragar su vida. Aléjeselos por algún tiempo de esas influencias que los apartaban de Dios, y póngaselos en una atmósfera más pura.
Las instituciones para el cuidado de los enfermos tendrían mucho mayor éxito si pudieran establecerse fuera de las ciudades. En cuanto sea posible, todos los que quieren recuperar la salud deben ir al campo a gozar de la vida al aire libre. La naturaleza es el médico de Dios. El aire puro, la alegre luz del sol, las flores y los árboles, los huertos y los viñedos, el ejercicio al aire libre, en medio de estas bellezas, favorecen la salud y la vida. Los médicos y los enfermeros deben animar a sus pacientes a pasar mucho tiempo al aire libre, que es el único remedio que necesitan muchos enfermos. Tiene un poder admirable para 203 curar las enfermedades causadas por la agitación y los excesos de la vida moderna, que debilita y aniquila las fuerzas del cuerpo, la mente y el alma.
Para los enfermos cansados de la vida en la ciudad, del deslumbramiento de tantas luces y del ruido de las calles, ¡cuán grata será la calma y la libertad del campo! ¡Con cuánto anhelo contemplarían las escenas de la naturaleza! ¡Qué placer les daría sentarse al aire libre, gozar del sol y respirar la fragancia de árboles y flores! Hay propiedades vivificantes en el bálsamo del pino, en la fragancia del cedro y del abeto, y otros árboles tienen también propiedades que restauran la salud.
Ventajas del campo
Para los enfermos crónicos nada hay tan eficaz para devolver la salud y la felicidad como vivir entre bellezas del campo. Allí los más desvalidos puede sentarse o acostarse al sol o a la sombra de los árboles. Con sólo alzar los ojos ven el hermoso follaje. Una dulce sensación de quietud y de refrigerio se apodera de ellos al oír el susurro de las brisas. El espíritu desfalleciente revive. La fuerza ya menguada se restaura. Inconscientemente el ánimo se apacigua, el pulso febril vuelve a su condición normal. Conforme se van fortaleciendo, los enfermos se arriesgan a dar unos pasos para arrancar algunas de las bellas flores, preciosas mensajeras del amor de Dios para con su afligida familia terrenal.
Hay que idear planes para mantener a los enfermos al aire libre. A los que pueden trabajar, proporcióneselas alguna ocupación fácil y agradable. Muéstreseles cuán placentero y útil es el trabajo hecho de puertas afuera. Anímeseles a respirar el aire fresco. Enséñeseles a respirar hondamente y ejercitar los músculos abdominales para respirar y al hablar. Esta educación es de valor incalculable.
El ejercicio al aire libre debería recetarse como necesidad 204 vivificante; y para semejante ejercicio no hay nada mejor que el cultivo del suelo. Déseles a los pacientes unos cuadros de flores que cuidar, o algún trabajo que hacer en el vergel o en la huerta. Al ser alentados a dejar sus habitaciones y pasar una parte de su tiempo al aire libre, cultivando flores o haciendo algún trabajo liviano y agradable, dejarán de pensar en sí mismos y en sus dolencias.
Cuanto más tiempo esté el paciente afuera, menos cuidados exigirá. Cuanto más alegre sea la atmósfera en que se encuentre, más esperanzado estará. Por muy elegantemente amueblada que esté la casa, al estar encerrado en ella se volverá irritable y sombrío. Ponedle en medio de las bellezas de la naturaleza, donde pueda ver crecer las flores y oír cantar a los pajarillos, y su corazón prorrumpirá en cantos que armonicen con los de las aves. Su cuerpo y su mente obtendrán alivio. La inteligencia se le despertará, la imaginación se le avivará, y su mente quedará preparada para apreciar la belleza de la Palabra de Dios.
Siempre es posible encontrar en la naturaleza algo que distraiga la atención de los enfermos de sí mismos, y la dirija hacia Dios. Rodeados de las obras maravillosas del Creador, los enfermos sentirán elevarse su mente desde las cosas visibles hasta las invisibles. La belleza de la naturaleza los inducirá a pensar en el hogar celestial, donde no habrá nada que altere la hermosura, nada que manche ni destruya, nada que acarree enfermedad o muerte. Sepan los médicos y enfermeros sacar de la naturaleza lecciones que revelen a Dios. Dirijan la atención de sus pacientes hacia Aquel cuya mano hizo los altos árboles, la hierba y las flores, asiéntenlos a ver en cada yema y capullo una expresión de su amor hacia sus hijos. El que cuida de las aves y de las flores cuidará también de los seres formados a su propia imagen. Al aire libre, entre las obras de Dios y respirando el aire 205 fresco y tónico, será más fácil hablar a los enfermos acerca de la vida nueva en Cristo. Allí se les puede leer la Palabra de Dios. Allí puede la luz de la justicia de Cristo brillar en corazones entenebrecidos por el pecado.
Hombres y mujeres que necesiten curación física y espiritual serán puestos así en relación con personas cuyas palabras y actos los atraigan a Cristo. Serán puestos bajo la influencia del gran Misionero médico que puede sanar el alma y el cuerpo. Oirán contar la historia del amor manifestado por el Salvador y del perdón concedido gratuitamente a cuantos acuden a él confesando sus pecados. Bajo tales influencias, muchos pacientes serán llevados al camino de la vida. Los ángeles celestiales cooperan con los agentes humanos para infundir aliento, esperanza, gozo y paz en los corazones de los enfermos y dolientes. En tales condiciones los enfermos reciben doble bendición, y muchos encuentran la salud. El paso débil recobra su elasticidad y la mirada su brillo. El desesperado vuelve a la esperanza. El semblante desanimado reviste expresión de gozo. La voz quejumbroso se torna alegre y satisfecha.
Al recobrar la salud física, hombres y mujeres son más capaces de ejercer aquella fe en Cristo que asegura la salud del alma. El saber que los pecados están perdonados proporciona paz, gozo y descanso inefables. La esperanza anublada del cristiano se despeja. Las palabras expresan entonces la convicción de que "Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones."(Salmo 46:1.) "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno; porque tú estarás conmigo: tu vara y tu cayado me infundirán aliento." (Salmo 23:4.) "El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas." (Isaías 40:29). 206
(El Ministerio de Curación de Elena G. De White)
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