lunes, 2 de enero de 2012

SECCIÓN I. LA NECESIDAD DEL MUNDO: 01. “Multitudes en aflicción”


Cuando Cristo vio las multitudes que se habían reunido alrededor de él, "tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor". Cristo vio la enfermedad, la tristeza, el dolor y la degradación de las multitudes que se agolpaban a su paso. Le fueron presentadas las necesidades y desgracias de todos los seres humanos. En los encumbrados y los humildes, los más honrados y los más degradados, veía almas que anhelaban las mismas bendiciones que él había venido a traer; almas que necesitaban solamente un conocimiento de su gracia para llegar a ser súbditos de su reino. "Entonces dice a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (Mateo 9: 36-38).
Hoy existe la misma necesidad. Hacen falta en el mundo obreros que trabajen como Cristo trabajó en favor de los dolientes y pecaminosos. Hay, a la verdad, una multitud que alcanzar. El mundo está lleno de enfermedad, sufrimiento, angustia y pecado. Está lleno de personas que necesitan que se las atienda: los débiles, impotentes, ignorantes, degradados.

En el camino a la destrucción
Muchos de los jóvenes de esta generación, aun en las iglesias, instituciones religiosas y hogares que profesan ser cristianos, están eligiendo la senda que conduce a la  destrucción. Por medio de costumbres intemperantes se acarrean enfermedades y por la codicia de obtener dinero para su costumbres pecaminosas caen en prácticas ímprobas. Arruinan su salud y su carácter. Enajenados de Dios, y parias de la sociedad, esos pobres seres consideran que no tienen esperanza para esta vida ni para la venidera. Han quebrantado el corazón de sus padres y los hombres los declaran sin esperanza; pero Dios los mira con compasiva ternura. El comprende todas las circunstancias que los indujeron a caer bajo la tentación. Constituyen estos seres errantes una clase que exige ser atendida.

Abundan la pobreza y el pecado
Lejos y cerca, no sólo entre los jóvenes sino entre los de cualquier edad, hay almas sumidas en la pobreza, la angustia y el pecado, a quienes abruma un sentimiento de culpabilidad. Es obra de los siervos de Dios buscar estas almas, orar con ellas y por ellas, y conducirlas paso a paso al Salvador.
Pero los que no reconocen los requerimientos de Dios no son los únicos que están en angustia y necesidad de ayuda. En el mundo actual, donde predominan el egoísmo, la codicia y la opresión, muchos de los verdaderos hijos de Dios están en menester y aflicción. En lugares humildes y miserables, rodeados por la pobreza, enfermedad y culpabilidad, muchos están soportando pacientemente su propia carga de dolor y tratando de consolar a los desesperados y pecadores que los rodean. Muchos de ellos son casi desconocidos de las iglesias y los ministros; pero son luces del Señor que resplandecen en medio de las tinieblas. El Señor los cuida en forma especial e invita a su pueblo a ayudarles a aliviar sus necesidades. Dondequiera que haya una iglesia, debe dedicarse atención especial a buscar esta clase y atenderla.

El Trabajo por las clases superiores
Y mientras trabajemos por los pobres, debemos dedicar atención también a los ricos, cuyas almas son igualmente preciosas a la vista de Dios. Cristo obraba en favor de todos los que querían oír su palabra. No buscaba solamente a los publicanos y parias, sino al Fariseo rico y culto, al noble judío y al gobernante romano. El rico necesita que se trabaje por él con amor y temor de Dios. Con demasiada frecuencia confía en sus riquezas, y no siente su peligro. Los bienes mundanales que el Señor ha confiado a los hombres, son muchas veces una fuente de gran tentación. Miles son inducidos así a prácticas pecaminosas que los confirman en la intemperancia y el vicio.
Entre las miserables víctimas de la necesidad y el pecado se encuentran muchos que poseyeron en un tiempo riquezas. Hombres de diferentes vocaciones y posiciones en la vida, han sido vencidos por las contaminaciones del mundo, por las concupiscencias de la carne, y han caído bajo la tentación. Mientras que estos seres caídos excitan nuestra compasión y reciben nuestra ayuda, ¿no debiera dedicarse algo de atención también a los que no han descendido a esas profundidades pero que están asentando los pies en la misma senda? Hay millares que ocupan posiciones de honor y utilidad que están practicando hábitos que significan la ruina del alma y del cuerpo. ¿No deben hacerse los esfuerzos más fervientes para ilustrarlos?
Los ministros del Evangelio, estadistas, autores, hombres de riquezas y talento, hombres de gran habilidad comercial y capaces de ser útiles, están en mortal peligro porque no ven la necesidad de la temperancia estricta en todas las cosas. Debemos atraer su atención a los principios de la temperancia, no de una manera estrecha o arbitraria, sino en la luz del gran propósito de Dios para la humanidad. Si pudieran presentárseles así los principios de la verdadera  temperancia, muchos de las clases superiores reconocerían su valor y los aceptarían cordialmente.

Riquezas perdurables en lugar de tesoros mundanales
Hay otro peligro al cual están especialmente expuestas las clases ricas, que constituyen un campo de trabajo para el misionero médico. Son muchísimos los que prosperan en el mundo sin descender a las formas comunes del vicio y, sin embargo, son empujados a la destrucción por el amor a las riquezas. Absortos en sus tesoros mundanales, son insensibles a los requerimientos de Dios y a las necesidades de sus semejantes. En vez de considerar su riqueza como un talento que ha de ser usado para glorificar a Dios y elevar a la humanidad, la consideran como un medio de complacerse y glorificarse a sí mismos. Añaden una casa a otra, un terreno a otro; llenan sus casas de lujo, mientras que la escasez recorre las calles y en derredor de ellos hay seres humanos que se hunden en la miseria, el crimen, la enfermedad y la muerte. Los que así dedican su vida a servirse a sí mismos, no están desarrollando los atributos de Dios sino los de Satanás. Estos hombres necesitan que el Evangelio aparte sus ojos de la vanidad de las cosas materiales para contemplar lo precioso de las riquezas duraderas. Necesitan aprender el gozo de dar, la bienaventuranza de convertirse en colaboradores de Dios.

Las personas de esta clase son con frecuencia las más difíciles de alcanzar, pero Cristo preparará medios por los cuales puedan ser alcanzadas. Busquen a estas almas los obreros más sabios, llenos de confianza y esperanza. Con la sabiduría y el tacto nacidos del amor divino, con el refinamiento y la cortesía que resultan únicamente de la presencia de Cristo en el alma, trabajen por los que, deslumbrados por el brillo de las riquezas terrenales, no ven la gloria del tesoro celestial. Estudien los obreros la Biblia con ellos, grabando en sus corazones las verdades sagradas. Léanles las palabras de Dios: "Mas de él sois vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención". "Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová que hago misericordia, juicio, y justicia en la tierra: porque estas cosas quiero, dice Jehová". "En el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de su gracia". "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús"(1 Corintios 1: 30; Jeremías 9: 23, 24; Efesios 1: 7; Filipenses 4: 19). Una súplica tal, hecha con el espíritu de Cristo, no será considerada impertinente. Impresionará a muchos de los que pertenecen a las clases superiores.

Por esfuerzos hechos con sabiduría y amor, más de un hombre rico será despertado hasta el punto de sentir su responsabilidad para con Dios. Cuando se les haga entender claramente que el Señor espera que ellos alivien como representantes suyos a la humanidad doliente, muchos responderán y darán de sus recursos y su simpatía para beneficio de los pobres. Cuando sus mentes sean así apartadas de sus propios intereses egoístas, muchos serán inducidos a entregarse a Cristo. Con sus talentos de influencia y recursos se unirán gozosamente en la obra de beneficencia con el humilde misionero que fue agente de Dios para su conversión. Por el uso correcto de su tesoro terrenal se harán "tesoro en los cielos que nunca falta; donde ladrón no llega, ni polilla corrompe'. Se asegurarán el tesoro que la sabiduría ofrece, "sólidas riquezas, y justicia " (Proverbios 8: 18). 

UNA RAZA DEGENERADA. 
Me fue presentado el actual debilitamiento de la familia humana. Cada generación se ha estado debilitando más y la enfermedad, bajo todas sus formas, aflige a la especie humana. Miles de pobres mortales, con cuerpos enfermizos, deformados, con nervios destrozados y mentes sombrías, arrastran una mísera existencia. El poder de Satanás sobre la familia humana aumenta. Si el Señor no viniese pronto a quebrantar su poder, la tierra quedaría despoblada antes de mucho. Se me reveló que el poder de Satanás se ejerce especialmente sobre los hijos de Dios. Muchos me fueron presentados en una condición de duda y desesperación. Las enfermedades del cuerpo afectan la mente. Un enemigo astuto y poderoso acompaña nuestros pasos, y dedica su fuerza y habilidad a tratar de apartarnos del camino recto. Y demasiado a menudo sucede que los hijos de Dios no están en guardia y por lo tanto, ignoran sus designios. Satanás obra por los medios que mejor le permiten ocultarse, y a menudo alcanza su objeto.­ Joyas de los testimonios, tomo 1, pág. 103.
(Consejos Sobre La Salud  De  Elena G. De White)

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