miércoles, 15 de febrero de 2012

SECCIÓN IV. LA VIDA AL AIRE LIBRE Y LA ACTIVIDAD FÍSICA. 25. “En el Campo”


Mientras asistía a la reunión campestre de Los Ángeles, en agosto de 1901, en visiones de la noche, me hallaba presente en una reunión de junta. Se estudiaba la cuestión del establecimiento de un sanatorio en el sur de California. Algunos sostenían que este sanatorio debía construirse en la ciudad de Los Ángeles y puntualizaron las objeciones a establecerlo fuera de la ciudad. Otros presentaron las ventajas de localizarlo en el campo.

Entre nosotros había Uno que presentó este asunto muy claramente y con la mayor sencillez. Nos dijo que establecer el sanatorio dentro de los límites de la ciudad sería un error. Un sanatorio debería poseer la ventaja de tener tierras abundantes, para que los inválidos puedan trabajar al aire libre. El trabajo al aire libre es de un valor incalculable para los pacientes nerviosos, pesimistas y débiles. Al usar el rastrillo, el azadón y la pala, hallarán alivio para muchos de sus males. La inactividad es la causa de muchas enfermedades.

La vida al aire libre es buena para el cuerpo y la mente. Es la medicina que Dios ha diseñado para la restauración de la salud. El aire puro, el agua limpia, la luz del sol y los hermosos parajes naturales son sus medios para devolverle la salud al enfermo, en armonía con la naturaleza. El acto  de recostarse a la luz del sol o bajo la sombra de los árboles es más valioso que la plata y el oro para el enfermo.

En el campo nuestros sanatorios pueden estar rodeados de árboles y flores, de huertos y viñedos. Aquí los médicos y las enfermeras pueden sacar fácilmente de la naturaleza lecciones que enseñar acerca de Dios. Conduzcan ellos a sus pacientes hacia Aquel cuya mano creó los elevados árboles, el alfombrado pasto y las flores hermosas, y anímenlos a ver en cada brote que surja y en cada capullo que se abra una expresión del amor divino hacia sus hijos.

Es la expresa voluntad de Dios que nuestros sanatorios se establezcan tan lejos de las ciudades como sea prudente. En la medida de lo posible estas instituciones deberían situarse en lugares tranquilos y apartados, donde se tenga la oportunidad de instruir a los pacientes acerca del amor de Dios y del hogar edénico de nuestros primeros padres, que será devuelto a los seres humanos gracias al sacrificio de Cristo.

En los esfuerzos que se realicen para restaurar la salud de los enfermos se deberán utilizar las cosas hermosas de la creación del Señor. Las actividades tales como la observación de las flores, la recolección de frutas maduras, y escuchar los cantos felices de las aves, producen un efecto peculiarmente beneficioso sobre el sistema nervioso. De la vida al aire libre, hombres y mujeres y niños experimentan el deseo de ser puros y sin mancha. Mediante las influencias de las propiedades reanimadoras y vivificantes de los grandes recursos medicinales de la naturaleza, se fortalecen las funciones del cuerpo, se despierta el intelecto, se aviva la imaginación, cobra vida el espíritu y la mente se prepara para apreciar la hermosura de la Palabra de Dios.

Los enfermos recobran la salud cuando estas circunstancias se combinan con la influencia de un tratamiento cuidadoso y de una alimentación sana. El paso débil recupera su elasticidad. El ojo recobra su brillantez. El desesperanzado vuelve a tener esperanza. El semblante, abatido hasta  hace poco, luce ahora una expresión de regocijo. El sonido quejumbroso de la voz se ve reemplazado por un tono de contentamiento. Ahora las palabras expresan la convicción de que "Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones" (Salmo 46: 1). Se ha vuelto brillante la esperanza nublada del cristiano. Se ha recuperado la fe. Y se oyen las palabras: "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento". "Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador". "El da fuerza al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas" (Salmo 23: 4; Lucas 1: 46; Isaías 40: 29). La mente se vigoriza al reconocer que es la bondad de Dios la que provee estas bendiciones. Al ver que sus dones son apreciados, Dios está muy cerca y se muestra complacido.

La fuente de curación
Por medio de los agentes naturales, Dios obra día tras día, hora tras hora y en todo momento, para conservarnos la vida, fortalecernos y restaurarnos. Cuando alguna parte del cuerpo sufre perjuicio, empieza el proceso de curación; los agentes naturales actúan para restablecer la salud. Pero lo que obra por medio de estos agentes es el poder de Dios. Todo poder capaz de dar vida procede de él. Cuando alguien se repone de una enfermedad, es Dios quien lo sana. La enfermedad, el padecimiento y la muerte son obra de un poder enemigo. Satanás es el que destruye; Dios el que restaura. Las palabras dirigidas a Israel se aplican hoy a los que recuperan la salud del cuerpo o la del alma: "Yo soy Jehová tu Sanador".

El deseo de Dios para todo ser humano está expresado en las palabras: "Amado, yo deseo que tú seas prosperado en  todas las cosas, y que tengas salud, así como tu alma está en prosperidad".
"El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias".­ El ministerio de curación, págs. 75-76.

El valor de la vida al aire libre
Las grandes instituciones médicas de nuestras ciudades, así llamadas sanatorios, hacen sólo una parte del bien que podrían realizar si estuvieran situadas donde los pacientes pudieran gozar de los beneficios de la vida al aire libre. Se me ha instruido acerca de la necesidad de establecer sanatorios en muchos lugares del país, y se me ha dicho que la obra de estas instituciones contribuirá grandemente al adelanto de la causa de la salud y la justicia.

Las cosas de la naturaleza son bendiciones de Dios, provistas para promover la salud del cuerpo, la mente y el alma. Se ofrecen a los sanos para mantenerlos sanos y a los enfermos para sanarlos. Cuando se las usa en conexión con los tratamientos hidroterápicos, son más efectivas en la restauración de la salud que todas las demás drogas y medicamentos del mundo.

La naturaleza es el médico de Dios *
Los enfermos encuentran en el campo muchas cosas que distraen su atención de sí mismos y de sus sufrimientos. Dondequiera, pueden observar las cosas hermosas de la naturaleza y gozar de ellas: las flores, los campos, los árboles frutales cargados de sus ricos tesoros, los árboles de la floresta con su agradable sombra, y los cerros y valles de  variada vegetación con sus múltiples formas de vida.
Pero este ambiente no sólo les sirve para entretenerse, sino que en él aprenden las más preciosas lecciones espirituales. Al hallarse rodeados por las maravillosas obras de Dios, sus mentes se elevan de las cosas visibles a las que no se ven. La hermosura de la naturaleza los induce a pensar en las bellezas inigualables de la tierra nueva, donde no habrá nada que interrumpa su tranquilidad, nada que manche ni destruya, nada que cause enfermedad ni muerte.

La naturaleza es el médico de Dios. El aire puro, la alegre luz del sol, las hermosas flores y los árboles, los huertos y los viñedos, y el ejercicio al aire libre practicado en ese ambiente, son elementos que prodigan salud: son el elixir de la vida. La única medicina que necesitan muchos inválidos es la vida al aire libre. Ejerce una influencia poderosa en la sanidad de las enfermedades causadas por la vida cómoda, esa clase de vida que debilita y destruye las fuerzas físicas, mentales y espirituales.
¡Cuán preciosas resultan la quietud y la libertad del campo para los inválidos débiles acostumbrados a la vida de la ciudad, al brillo de muchas luces y al ruido de las calles! ¡Con cuánto gusto admiran las escenas de la naturaleza! ¡Cuán contentos se sentirían de poder gozar de las conveniencias de un sanatorio en el campo, donde pudieran sentarse al aire libre, gozar del sol, y respirar la fragancia de los árboles y las flores! Existen propiedades salutíferas en el bálsamo de los pinos y en la fragancia de los cedros y los abetos. Y hay otros árboles que contribuyen a la buena salud. No se corten esos árboles irresponsablemente. Cuídense en donde crecen en abundancia, y plántense más donde hay sólo algunos.

Nada tiende más a restaurar la salud y la felicidad del inválido crónico como vivir en un atractivo ambiente campestre. Allí, hasta los casos desahuciados se pueden sentar o recostar al sol o a la sombra de los árboles. Con 168 solo levantar la vista pueden observar la hermosura del follaje. Al hacerlo, se sorprenden de que nunca antes se hayan percatado de la gracia con que se doblan las ramas para formar una sombrilla viviente sobre ellos, prodigándoles exactamente la sombra que necesitan. Mientras escuchan el murmullo de la brisa, experimentan una dulce sensación de descanso y renovación. Los espíritus decaídos reviven. Se recobran las tuerzas gastadas. Sin siquiera notarlo se aquieta la mente agitada y se calma y regulariza el pulso afiebrado. A medida que el enfermo se fortalece, se aventura a dar unos pasos para cortar algunas de las hermosas flores silvestres, esos preciosos mensajeros del amor de Dios para su afligida familia terrenal.

El ejercicio saludable hará milagros
Anímese a los pacientes a pasar muchas horas al aire libre. Háganse planes para mantenerlos afuera donde puedan tener comunión con Dios a través de la naturaleza. Sitúense los sanatorios en terrenos grandes, donde los pacientes tengan la oportunidad de hacer ejercicios saludables mediante el cultivo de la tierra. Esa clase de ejercicios, combinados con tratamientos naturales realizará milagros en la obra de restaurar y fortalecer el cuerpo enfermo, a la vez que aliviar la mente cansada y desgastada. Al hallarse rodeados de condiciones favorables, los pacientes no requerirán de tanto cuidado como si estuvieran confinados en algún hospital de la ciudad. En el campo tampoco se sentirán tan inclinados a mostrarse descontentos ni a quejarse. Estarán dispuestos a aprender acerca del amor de Dios, y listos a aceptar que Aquel que cuida de las aves y las flores en forma tan maravillosa, cuidará del mismo modo de las criaturas hechas a su propia imagen. A los médicos y sus ayudantes se les da así la oportunidad de alcanzar las almas, poniendo en alto al Dios de la naturaleza delante de los que buscan la restauración de su salud.

Un pequeño sanatorio rural
Durante la noche se me dio la visión de un sanatorio en el campo. La institución no era grande pero tenía todo lo que necesitaba. Se hallaba rodeada de hermosos árboles, más allá de los cuales se veían huertas y bosquecillos. Había jardines en los terrenos, donde los pacientes, si lo deseaban, podían cultivar flores de todas clases; cada paciente elegía su propio lugar para trabajar. El ejercicio al aire libre que se realizaba en estos jardines constituía una parte del tratamiento regular que se les había prescrito.

Ante mi vista pasó una escena tras otra. En una de ellas pude observar a un grupo de pacientes que acababan de llegar a nuestro sanatorio campestre. En otra vi al mismo grupo; pero, ¡ah, cuán transformados se veían ! La enfermedad había desaparecido, la piel estaba limpia, feliz el rostro; sus cuerpos y sus mentes parecían animados de una vida nueva.

Lecciones objetivas vivientes *
También se me mostró que a medida que en nuestros sanatorios les sea restaurada la salud a los enfermos, y estos regresen a sus hogares, constituirán lecciones objetivas para todos y muchos otros se impresionarán favorablemente al observar la transformación producida en ellos. Muchos de los enfermos y sufrientes abandonarán las ciudades para ir al campo, rehusando conformarse con los hábitos, modas y costumbres de la vida de la ciudad; preferirán buscar la recuperación de su salud en uno de nuestros sanatorios campestres. Así, aunque estemos separados de la ciudad entre 30 y 45 kilómetros, de todos modos podremos alcanzar a la gente, y los que andan en busca de salud tendrán la oportunidad de recuperarla bajo las condiciones más favorables. Dios realizará milagros en favor nuestro si tan sólo colaboramos con él con fe. Prosigamos, entonces, un curso de acción inteligente, para que nuestros esfuerzos sean bendecidos por el Cielo y coronados con el mejor de los éxitos.

Ejercicio, aire y luz solar *
La principal razón, si no la única, por la que muchos se transforman en inválidos es que la sangre no circula libremente, y los cambios del líquido vital, necesarios para la vida y la salud, no se realizan. No han dado ejercicio a sus cuerpos ni alimento a sus pulmones, que es el aire puro y fresco; por lo tanto, es imposible vitalizar la sangre, la que sigue su curso perezosamente por el organismo. Cuanto más ejercicio hagamos, mejor será la circulación de la sangre.

Más gente muere por falta de ejercicio que por exceso de fatiga; son más los que se echan a perder por el ocio que por el ejercicio. Los que se acostumbran a hacer ejercicio apropiado al aire libre, generalmente tienen una buena y vigorosa circulación. Dependemos más del aire que respiramos que de los alimentos que ingerimos. Los hombres y las mujeres jóvenes y mayores, que desean tener buena salud, y que les gustaría tener una vida activa, debieran recordar que no pueden tenerlas sin una buena circulación. Cualquiera que sea su ocupación o inclinación, debieran decidirse a ejercitarse al aire libre todo lo posible. Debieran considerar que es un deber religioso superar el estado de salud que los ha mantenido confinados en el interior de sus casas, privados del ejercicio al aire libre.

Algunos inválidos llegan a obstinarse en este asunto y se niegan a aceptar la gran importancia del ejercicio diario al aire libre, por el cual pueden obtener una provisión de aire puro. Por temor de tomar frío, persisten, año tras año, en hacer su voluntad y vivir en un ambiente sin vitalidad. Es imposible para esta clase de personas tener una circulación saludable. El organismo completo sufre por falta de ejercicio y aire puro. La piel se debilita y se vuelve más sensible a cualquier cambio atmosférico. Se ponen ropa adicional y aumentan el calor de las habitaciones. El día siguiente requieren un poco más de calor y un poco más de ropa para sentirse perfectamente abrigados; y así su estado anímico se altera con los cambios, hasta que tienen muy poca vitalidad para soportar el frío.

Algunos preguntan: "¿Qué haremos? ¿Quiere que pasemos frío?" Si agregáis ropa, que sea muy poca, y haced ejercicio, si es posible, para recuperar el calor que necesitáis. Si realmente no podéis hacer ningún ejercicio activo, calentaos junto al fuego; pero tan pronto como entréis en calor, quitaos la ropa extra y alejaos del fuego. Si los que pueden, se ocuparan de una labor activa para apartar los pensamientos de sí mismos, generalmente se olvidarían de que sentían frío y no se perjudicarían. Debierais bajar la temperatura de vuestra habitación tan pronto como hayáis recuperado vuestro calor habitual. Para los inválidos que tienen los pulmones débiles, nada es peor que un ambiente muy caliente. EGW CSS

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