Prestad atención, no sea que por vuestro ejemplo coloquéis en peligro a otras almas. Es algo terrible perder la propia alma, pero es todavía más terrible seguir un comportamiento que cause la pérdida de otra alma. Es terrible pensar que nuestra influencia pudiera resultar en sabor de muerte para muerte, y sin embargo eso es posible. Entonces, con cuánto celo santificado debiéramos proteger nuestros pensamientos, palabras, hábitos, disposiciones y caracteres. Dios requiere una santidad personal más profunda de nuestra parte. Únicamente mediante la revelación de su carácter podemos colaborar con él en la obra de salvar almas.
El valor de una vida consecuente
Los obreros del Señor nunca podrán ejercer demasiado cuidado para que sus acciones no contradigan sus palabras, porque únicamente una vida consecuente puede suscitar el respeto de los demás. Si nuestra práctica armoniza con nuestra enseñanza, nuestras palabras ejercerán efecto; pero una piedad que no esté basada en principios concienzudos es como la sal que ha perdido su sabor. Hablar sin poner por obra lo que se dice, es como metal que resuena y címbalo que retiñe. De nada vale que nos esforcemos por inculcar principios que no practicamos concienzudamente.
Velad y orad. Unicamente en esa forma podéis dedicaros completamente a la obra del Señor. El yo debe pasar a un segundo plano. Los que colocan el yo en un lugar prominente adquieren una experiencia que pronto se convierte en una segunda naturaleza para ellos, que no tardará en dejar de comprender que, en vez de elevar a Jesús, se están exaltando a sí mismos, que en lugar de ser canales a través de los cuales pueda fluir el agua viva para refrescar a otros, absorben las simpatías y los afectos de quienes los rodean. Esto no es lealtad hacia el Señor crucificado.
Epístolas vivientes
Somos embajadores de Cristo, por lo que debemos vivir, no para salvar nuestra reputación, sino para salvar a las almas que perecen. Debiéramos esforzarnos diariamente para mostrarles que pueden alcanzar la verdad y la justicia. En lugar de ganarnos la simpatía de los demás causando la impresión de que no somos apreciados, debemos olvidarnos enteramente de nuestro yo; y si fallamos en lograr esto, a causa de la falta de discernimiento espiritual y de piedad vital, Dios requerirá de nuestras manos las almas de las personas por quienes debiéramos haber trabajado. Ha hecho provisión para que cada obrero que está a su servicio pueda recibir gracia y sabiduría, a fin de que llegue a ser una epístola viviente, conocida y leída por todos los hombres.
Por medio del acto de velar y la oración podemos cumplir lo que el Señor se propone que realicemos. Mediante el cumplimiento fiel y cuidadoso de nuestro deber, por medio de la vigilancia de las almas como quienes tienen que rendir cuenta, podemos eliminar las piedras de tropiezo del camino de los demás. Mediante sinceras advertencias e instancias, con nuestras propias almas llenas de tierna solicitud por los que están a punto de perecer, podemos ganar almas para Cristo.
Se contrista al Espíritu Santo
Quisiera que todos mis hermanos y hermanas recordasen que es un asunto muy serio contristar al Espíritu Santo, y él es contristado cuando el instrumento humano procura trabajar por sí mismo y rehúsa ponerse al servicio del Señor, porque la cruz es demasiado pesada o la abnegación que debe manifestar es demasiado grande. El Espíritu Santo procura morar en cada alma. Si se le da la bienvenida como un huésped de honor, quienes lo reciban serán hechos completos en Cristo. La buena obra comenzada se terminará; los pensamientos santificados, los afectos celestiales y las acciones como las de Cristo, ocuparán el lugar de los sentimientos impuros, los pensamientos perversos y los actos rebeldes.
El Espíritu Santo es un Maestro divino. Si obedecemos sus lecciones, nos haremos sabios para salvación. Pero necesitamos proteger adecuadamente nuestros corazones, porque con demasiada frecuencia olvidamos las instrucciones celestiales que hemos recibido y procuramos seguir las inclinaciones naturales de nuestras mentes no consagradas. Cada uno debe pelear su propia batalla contra el yo. Aceptad las enseñanzas del Espíritu Santo. Si lo hacéis, esas enseñanzas serán repetidas vez tras vez hasta que las impresiones sean tan claras como si hubieran sido "grabadas en la roca para siempre". . .
Indiferencia y oposición
El Señor ha dado a su pueblo un mensaje en cuanto a la reforma pro salud. La luz ha estado brillando sobre su camino durante treinta años, y el Señor no puede sostener a sus siervos en un curso de acción que la contradiga. Experimenta desagrado cuando sus siervos actúan en oposición a su mensaje sobre este tema, el cual les ha dado para que lo enseñen a otros. ¿Podemos sentir agrado cuando la mitad de los obreros que trabajan en un lugar enseñan que los principios de la reforma pro salud se encuentran tan estrechamente ligados al mensaje del tercer ángel como el brazo lo está con el cuerpo, mientras sus colaboradores, por medio de lo que practican, enseñan principios completamente opuestos? Esto se considera un pecado ante la vista de Dios. . .
Nada produce más desánimo en los vigías del Señor, que estar relacionados con personas que tienen capacidad mental, y que comprenden las razones de nuestra fe, pero que por precepto y ejemplo manifiestan indiferencia a las obligaciones morales.
El deber del cristiano
Es el deber de todo cristiano seguir el curso de acción que el Señor ha designado como correcto para sus siervos. Debe recordar siempre que Dios y la eternidad se encuentran ante él, y que no debe desentenderse de su salud espiritual y física, aunque su esposa, sus hijos o sus parientes lo tienten a hacerlo. "Si Jehová es Dios, seguidle: y si Baal, id en pos de él"(1 Reyes 18: 21).
Nuestro deber en la preservación de la salud *
Mi corazón se entristece al ver a tantos predicadores debilitados, tantos que están en lechos de enfermedad, tantos que acaban prematuramente su historia terrena hombres que han llevado la carga de responsabilidad en la obra de Dios, y cuyo corazón estaba por entero en su obra. La convicción de que debían dejar de trabajar por la causa que amaban les fue mucho más dolorosa que los sufrimientos de la enfermedad, y aun que el mismo pensamiento de la muerte.
Nuestro Padre celestial no aflige ni agravia voluntariamente a los hijos de los hombres. No es el autor de la enfermedad ni de la muerte; es la fuente de la vida. Quiere que los hombres vivan; y para lograrlo desea que ellos acaten las leyes de la vida y la salud.
Los que aceptan la verdad presente y son santificados por ella, tienen un intenso deseo de representar la verdad en su vida y carácter. Tienen un profundo anhelo de que otros vean la luz y se regocijen en ella. Mientras el verdadero atalaya anda llevando la semilla preciosa, sembrando junto a todas las aguas, llorando y orando, la carga del trabajo es muy penosa para su mente y su corazón. El no puede aguantar la tensión de continuo, con el alma conmovida hasta su más íntima profundidad, sin gastarse prematuramente. Se necesitan fuerza y eficiencia en cada discurso. Y de vez en cuando, se necesita sacar provisiones frescas de cosas nuevas y viejas del depósito de la Palabra de Dios. Esto impartirá vida y poder a los que oigan. Dios no quiere que os agotéis de tal manera que vuestros esfuerzos no tengan frescura ni vida.
Los que están empeñados en labor mental constante, ora sea estudiando o predicando, necesitan descanso y cambio. El estudiante ferviente ejercita constantemente su cerebro, demasiado a menudo, mientras descuida el ejercicio físico; y como resultado, las facultades corporales quedan debilitadas y restringido el esfuerzo mental. Así deja el estudiante de hacer la obra que podría haber hecho, si hubiese trabajado prudentemente.
El trabajo al aire libre es una bendición
Si trabajasen con inteligencia, dando tanto al cuerpo como a la mente su debida porción de ejercicio, los predicadores no sucumbirían tan fácilmente a la enfermedad. Si todos nuestros obreros pudiesen pasar cada día unas pocas horas trabajando al aire libre, y se sintiesen libres para hacerlo, les sería una bendición; podrían desempeñar con más éxito los deberes de su vocación. Si no tienen tiempo para tener un recreo completo, podrían hacer planes y orar mientras trabajasen con las manos, y podrían volver a su labor refrigerados en cuerpo y espíritu.
A algunos de nuestros predicadores les parece que deben hacer cada día alguna labor de que puedan informar a la asociación. Como resultado de tratar de hacer esto, sus esfuerzos son demasiado a menudo débiles y carentes de eficiencia. Debieran tener períodos de descanso, completamente libres de labor agotadora. Pero estos momentos no pueden reemplazar al ejercicio físico diario.
Hermanos, cuando toméis tiempo para cultivar vuestro jardín, obteniendo así el ejercicio necesario para mantener el organismo apto para funcionar debidamente, estáis haciendo la obra de Dios tanto como cuando celebráis reuniones. Dios es nuestro Padre; nos ama, y no exige que sus siervos abusen de sus fuerzas físicas.
Comidas irregulares e indigestión
Otra causa de mala salud e ineficiencia en el trabajo es la indigestión. Es imposible para el cerebro desempeñar sus funciones de la mejor manera posible cuando se ha abusado de las fuerzas de la digestión. Muchos comen apresuradamente diversas clases de alimentos, que originan trastornos en el estómago, y así confunden el cerebro. Debe evitarse igualmente el consumo de alimentos malsanos, y el comer con exceso alimentos sanos.
Muchos comen a toda hora, sin consideración de las leyes de la salud. Como resultado la mente se oscurece. ¿Cómo pueden los hombres ser honrados con sabiduría divina, cuando son tan temerarios en sus hábitos, y prestan tan poca atención a la luz que Dios ha dado acerca de estas cosas? Hermanos, ¿no es tiempo de que os convirtáis acerca de estos puntos de egoísta complacencia? "¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, mas uno lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Y todo aquel que lucha, de todo se abstiene: y ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible; mas nosotros, incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere el aire: antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado"(1 Corintios 9: 24-27).
Estudiad esto solemnemente.
No creáis, sin embargo, que es vuestro deber vivir con un régimen alimentario insuficiente. Aprended por vosotros mismos lo que debéis comer, qué clase de alimentos nutren mejor el cuerpo, y luego seguid los dictados de la razón y de la conciencia. A la hora de comer, desechad la congoja y las preocupaciones. No estéis apresurados, sino comed lentamente y con alegría, con el corazón lleno de gratitud hacia Dios por todas sus bendiciones. Y no os dediquéis a la labor cerebral inmediatamente después de una comida. Haced una moderada cantidad de ejercicio, y dad un poco de tiempo al estómago para empezar su trabajo.
Estos no son asuntos de poca importancia. Debemos dedicarles atención si se ha de dar sano vigor y el debido tono a las diversas modalidades de la obra. El carácter y la eficacia de la obra dependen en gran parte de la condición física de los obreros. Muchas reuniones de junta y otras reuniones de consejo han asumido un tono lamentable por causa del estado dispéptico de los que estaban reunidos. Y más de un sermón recibió un matiz sombrío por la indigestión del predicador.
La salud es una bendición inestimable, que está más íntimamente relacionada con la conciencia y la religión de lo que muchos piensan. Tiene mucho que ver con la capacidad de uno. Todo predicador debe tener presente el sentimiento de que para ser un fiel guardián del rebaño, debe conservar todas sus facultades en condición de prestar el mejor servicio posible. Nuestros obreros deben hacer uso de su conocimiento de las leyes de la vida y la salud. Leed lo escrito por los mejores autores acerca del asunto, y obedeced religiosamente lo que vuestra razón os dice que es la verdad.
Mentes claras
Necesitáis mentes claras y enérgicas para apreciar el carácter excelso de la verdad, para valorar la expiación y estimar debidamente las cosas eternas. Si seguís una conducta equivocada y erróneos hábitos de comer, y por ello debilitáis las facultades intelectuales, no estimáis la salvación y la vida eterna como para que os inspiren a conformar vuestras vidas con la de Cristo; ni haréis los esfuerzos fervorosos y abnegados para conformaros con la voluntad de Dios que su Palabra requiere, y que necesitáis para que os den la idoneidad moral que merecerá el toque final de la inmortalidad. Testimonios para la iglesia, tomo 2, pág. 61 (1868).
Pureza social *
El Señor hizo un pacto especial con el antiguo Israel: "Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa" (Exodo 19: 5-6). Se dirige al pueblo que guarda sus mandamientos en estos últimos días diciendo: "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable". (1 Ped. 2: 9.) "Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma" (1 Pedro 2: 9, 11).
No todos los que profesan guardar los mandamientos de Dios guardan sus cuerpos en santificación y honor. El más solemne mensaje que alguna vez haya sido encomendado a los mortales, ha sido confiado a este pueblo, y pueden tener una influencia poderosa si permiten que este mensaje los santifique. Profesan estar sentados sobre el elevado pedestal de la verdad eterna, y guardar todos los mandamientos de Dios; por lo tanto, si se complacen en el pecado y cometen fornicación y adulterio, su crimen es diez veces más grande que el de las personas que he mencionado, quienes no reconocen la vigencia de la ley de Dios. De un modo muy especial los que profesan guardar la ley de Dios lo deshonran y desacreditan la verdad al transgredir sus preceptos.
La experiencia de Israel es una advertencia
Fue el predominio de este mismo pecado, la fornicación entre el pueblo de Israel antiguo, lo que les acarreó la manifestación clara del desagrado de Dios. Sus juicios siguieron de inmediato a su infame pecado; miles cayeron, y sus cuerpos corruptos fueron abandonados en el desierto. "Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. No seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. . . Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire no caiga"(1 Corintios 10: 5-12).
Modelos de piedad *
Sobre todos los demás pueblos del mundo, los adventistas del séptimo día debieran ser modelos de piedad, santos de corazón y conducta. . . Si los que hacen tan alta profesión de le se complacen en el pecado y la iniquidad, su culpa sería muy grande. . . Los que no controlan sus pasiones bajas no pueden apreciar la expiación ni darle el valor correcto al alma. No experimentan ni entienden la salvación. La gratificación de los instintos animales es la mas alta ambición de sus vidas. Dios no aceptará otra cosa que no sea la pureza y la santidad; una mancha, una arruga, un defecto en el carácter, los excluirá para siempre del Cielo, con todas sus glorias y tesoros.
Se han hecho amplias provisiones para todos los que, sincera, reflexiva y seriamente se empeñan en la obra de perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Fortaleza, gracia y gloria han sido provistas a través de Cristo. para que los ángeles ministradores las lleven a los herederos de salvación. Nadie es tan bajo, tan corrupto y vil que no pueda encontrar en Jesús, quien murió por él, fortaleza, pureza y justicia, si consiente en apartarse de sus pecados, cesar en su proceder inicuo y volverse con un corazón sincero al Dios vivo. . .
Me fue señalado este texto: "No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia" (Romanos 6: 12-13). Profesos cristianos, aunque no se os dé más luz que la contenida en este texto, no tendréis excusa si permitís que os controlen las bajas pasiones. . .
Hace mucho que he planeado hablar a mis hermanas y decirles que, de acuerdo con lo que el Señor se ha complacido en mostrarme de vez en cuando, ellas están en gran error. No son cuidadosas de abstenerse de toda apariencia de mal. No son lo suficientemente discretas en su comportamiento como corresponde a mujeres que profesan santidad. Sus palabras no son tan cuidadas y bien elegidas como debieran ser las de mujeres que han recibido la gracia de Dios. Tratan a sus hermanos con demasiada familiaridad. Permanecen cerca de ellos, se inclinan hacia ellos y parecen elegir su compañía. Se sienten altamente gratificadas con su atención.
Según la luz que me ha dado el Señor, nuestras hermanas debieran comportarse de otro modo. Debieran ser más reservadas, menos atrevidas, y fomentar entre ellas "pudor y modestia". Tanto los hermanos como las hermanas se complacen en mantener charlas demasiado joviales cuando están juntos. Mujeres que profesan santidad participan en demasiadas bromas, chistes y risas. Esto es impropio y entristece al Espíritu de Dios. Estas exhibiciones revelan una falta del verdadero refinamiento cristiano. No fortalecen el alma en Dios, sino acarrean gran oscuridad; alejan los puros y refinados ángeles celestiales y rebajan a un nivel inferior a los que practican estos errores lamentables.
Nuestras hermanas siempre debieran desarrollar una mansedumbre genuina; no debieran ser audaces, conversadoras y atrevidas, sino modestas y recatadas, cuidadosas al hablar. Deben fomentar la cortesía. Ser bondadosas y tiernas, compasivas, perdonadoras y humildes sería apropiado y muy agradable a Dios. Si tienen este comportamiento, los caballeros no las molestarán con una atención indebida, ya sea en la iglesia o afuera. Todos notarán que hay un sagrado círculo de pureza que rodea a estas mujeres temerosas de Dios, el cual las protege de cualquiera de estas licencias injustificables.
Algunas mujeres que profesan santidad se comportan con una libertad descuidada y vulgar que lleva al mal. Pero esas mujeres piadosas cuyas mentes y corazones están ocupados en meditar en temas que fortalecen una vida pura y que elevan el alma y la disponen a la comunicación con Dios, no serán fácilmente alejadas de la senda de rectitud y virtud. Serán fortalecidas en contra de los sofismas de Satanás; estarán preparadas para resistir sus seductoras artimañas.
La vanagloria, las modas del mundo, los deseos del ojo, y las concupiscencias de la carne están relacionados con la caída de los desafortunados. Se fomenta lo que es agradable al corazón natural y a la mente carnal. Si hubieran erradicado de sus corazones las concupiscencias de la carne, no serían tan débiles. Si nuestras hermanas sintieran la necesidad de purificar sus pensamientos, y nunca se permitieran una conducta descuidada que lleva a actos incorrectos, no mancharían por nada su pureza. Si vieran las cosas como Dios me las ha presentado, sentirían tal repudio por los actos impuros, que no se encontrarían entre las que caen en las tentaciones de Satanás, no importa a quién él pudiera haber elegido como medio para hacerlas caer.
Un predicador puede tratar temas elevados y santos y sin embargo no tener un corazón santificado. Puede entregarse a Satanás para que obre maldad y corrompa las almas y cuerpos de su rebaño. No obstante, si las mentes de las mujeres y las jóvenes que profesan amar y temer a Dios, fueran fortificadas por su Espíritu, si hubieran ejercitado sus mentes con pensamientos puros y se hubieran preparado para evitar toda apariencia de mal, estarían a salvo de cualquier insinuación impropia y estarían protegidas de la corrupción que prevalece a su alrededor. Refiriéndose a sí mismo el apóstol Pablo escribió: "Sino que golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado"
(1 Corintios 9: 27).
Si un ministro del Evangelio no controla sus bajas pasiones, si no logra seguir el ejemplo del apóstol y deshonra su profesión y su fe con el solo hecho de mencionar la práctica del pecado, nuestras hermanas ni por un instante debieran engañarse creyendo que el pecado pierde su pecaminosidad en lo más mínimo porque su ministro se atreve a practicarlo. El hecho de que hombres que ocupan lugares de responsabilidad se muestren familiarizados con el pecado no debiera disminuir la culpa ni la enormidad del mal en la mente de nadie. El pecado debiera aparecer exactamente tan pecaminoso, tan horrendo, como había sido hasta entonces; y las mentes de los puros y elevados debieran repudiarlo y evitar al que lo practica, como huirían de una serpiente cuya mordedura fuera mortal.
El ejercicio y la alimentación *
Los predicadores, maestros y alumnos no se enteran como debieran de la necesidad del ejercicio al aire libre. Descuidan este deber, que es de lo más esencial para la conservación de la salud. Se aplican detenidamente al estudio de los libros, e ingieren la alimentación de un trabajador manual. Con tales hábitos, algunos adquieren corpulencia porque el organismo está obstruido. Otros enflaquecen y se debilitan, porque sus fuerzas vitales se agotan con el trabajo de desechar el exceso de alimentos; el hígado se recarga y le es imposible eliminar las impurezas de la sangre; y la enfermedad es el resultado. Si el ejercicio físico se combinase con el mental, se apresuraría la circulación de la sangre, la acción del corazón sería más perfecta, las impurezas se eliminarían, y todo el cuerpo experimentaría nueva vida y vigor.
El sistema nervioso alterado
Cuando los ministros, los maestros y los estudiantes excitan continuamente su cerebro por el estudio, y dejan el cuerpo inactivo, los nervios que controlan las emociones se recargan, mientras que los nervios que controlan el movimiento permanecen inactivos. Al usarse solamente los órganos mentales, éstos se desgastan y debilitan, mientras que los músculos pierden su vigor por falta de actividad. No hay inclinación a ejercitar los músculos mediante el trabajo físico, porque el ejercicio parece penoso.
Los ministros de Cristo, que profesan ser sus representantes, deben seguir su ejemplo, y ante todo deben adquirir hábitos de estricta temperancia. Deben mantener la vida y el ejemplo de Cristo delante de la gente por medio de su propia vida abnegada, renunciamiento y activa generosidad. Cristo venció el apetito en favor de los hombres; y en su lugar ellos deben presentar a los demás un ejemplo digno de ser imitado. Los que no sienten la necesidad de dedicarse a la obra de vencer el apetito, dejarán de obtener preciosas victorias, y llegarán a ser esclavos del apetito y la concupiscencia, que están llenando la copa de iniquidad de los que moran en la tierra.
La abnegación y la eficiencia
Los hombres que se dedican a dar el último mensaje de amonestación al mundo, un mensaje que ha de decidir el destino de las almas, deben hacer en su propia vida una aplicación práctica de las verdades que predican a los demás. Deben ser para la gente ejemplos en su manera de comer y beber y en su casta conversación y comportamiento. En todas partes del mundo, la glotonería, la complacencia de las pasiones viles, y los pecados graves son ocultados bajo el manto de la santidad por muchos que profesan representar a Cristo. Hay hombres de excelente capacidad natural, cuya labor no alcanza a la mitad de lo que podría ser si ellos fuesen templados en todas las cosas. La satisfacción del apetito y la pasión embota la mente, disminuye la fuerza física y debilita el poder mental. Sus pensamientos no son claros. No pronuncian sus palabras con poder, éstas no son vivificadas por el Espíritu de Dios para alcanzar los corazones de los oyentes.
Así como nuestros primeros padres perdieron el Edén por complacer el apetito, nuestra única esperanza de reconquistar el Edén consiste en dominar firmemente el apetito y la pasión. La abstinencia en el régimen alimentario y el dominio de todas las pasiones conservarán el intelecto y darán un vigor mental y moral que capacitará a los hombres para poner todas sus propensiones bajo el dominio de las facultades superiores, para discernir entre lo bueno y lo malo, lo sagrado y lo profano. Todos los que tienen un verdadero sentido del sacrificio hecho por Cristo al abandonar su hogar del cielo para venir a este mundo a fin de mostrar al hombre, por su propia vida, cómo resistir la tentación, se negarán gozosamente a sí mismos y resolverán participar de los sufrimientos de Cristo.
¿Cuál de ellos ejercerá el control?
El temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Los que venzan como Cristo venció, necesitarán precaverse constantemente contra las tentaciones de Satanás. El apetito y las pasiones deben ser sometidos al dominio de la conciencia iluminada, para que el intelecto no sufra perjuicio, y las facultades de percepción se mantengan claras a fin de que las obras y trampas de Satanás no sean interpretadas como providencia de Dios. Muchos desean la recompensa y la victoria finales que han de ser concedidas a los vencedores, pero no están dispuestos a sufrir trabajos, privaciones y abnegación como lo hizo su Redentor. Unicamente por la obediencia y el esfuerzo continuos seremos vencedores como Cristo lo fue.
El poder dominante del apetito causará la ruina de millares de personas, que, si hubiesen vencido en ese punto, habrían tenido fuerza moral para obtener la victoria sobre todas las demás tentaciones de Satanás. Pero los que son esclavos del apetito no alcanzarán a perfeccionar el carácter cristiano. La continua transgresión del hombre durante seis mil años ha producido enfermedad, dolor y muerte. Y a medida que nos acercamos al fin, la tentación de complacer el apetito será más profunda y más difícil de vencer.
Se necesita una reforma *
Si los adventistas del séptimo día practicaran lo que profesan creer, si fueran sinceros reformadores de la salud, verdaderamente serían un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Además, manifestarían un celo mucho mayor por la salvación de los que ignoran la verdad. Entre el pueblo que pretende esperar la próxima venida de Cristo, tendría que haber reformadores más grandes. La reforma pro salud debe realizar entre nuestro pueblo una obra que todavía no se ha llevado a cabo. Hay quienes debieran estar despiertos al peligro del consumo de carne, que todavía continúan comiendo la carne de animales, con lo cual ponen en peligro su salud física, mental y espiritual. Muchos que ahora están sólo convertidos a medias a la cuestión del consumo de carne, se apartarán del pueblo de Dios y ya no andarán más con él.
En nuestra obra debemos obedecer las leyes que Dios ha dado, para que las energías físicas y espirituales obren en forma armoniosa. Los hombres pueden tener una apariencia de piedad, y hasta pueden predicar el Evangelio, y sin embargo no estar purificados ni santificados. Los ministros debieran ser estrictamente temperantes en su forma de comer y beber, para no trazar una senda torcida para sus pies, y para no apartar del camino a los cojos, es decir a los que son débiles en la fe. Si los hombres, mientras proclaman el mensaje más solemne e importante que Dios ha dado, luchan contra la verdad al complacer sus hábitos equivocados de comer y beber, le quitan toda la fuerza al mensaje que presentan.
Los males del consumo de carne
Los que se complacen en comer carne, tomar té y en la glotonería, están sembrando semillas que producirán una cosecha de dolor y muerte. El alimento malsano que se coloca en el estómago fortalece los apetitos que batallan contra el alma y desarrollan las inclinaciones inferiores. Un régimen alimentario a base de carnes tiende a desarrollar la sensualidad. Un desarrollo de la sensualidad disminuye la espiritualidad y torna la mente incapaz de comprender la verdad.
La Palabra de Dios advierte claramente que a menos que nos abstengamos de la complacencia carnal, la naturaleza física entrará en conflicto con la naturaleza espiritual. La manera licenciosa de comer lucha contra la salud y la paz. Así se establece una guerra entre los atributos elevados y los inferiores del hombre. Las inclinaciones más bajas, fuertes y activas, oprimen el alma. Los intereses superiores del ser quedan expuestos al peligro por la complacencia de los apetitos que no tienen la aprobación del Cielo.
Debiera ponerse mucho cuidado en la formación de hábitos correctos de comer y beber. El alimento que se consume debiera ser el que proporcione la mejor sangre. Los delicados órganos de la digestión debieran ser respetados. Dios requiere que nosotros, al ser temperantes en todas las cosas, desempeñemos nuestra parte en la tarea de mantenernos con buena salud. El no puede iluminar la mente de un hombre que convierte su estomago en una letrina. No escucha las oraciones de los que andan a la luz de las chispas de su propio fuego.
Errores comunes en el régimen de alimentación
La intemperancia se manifiesta tanto en la cantidad como en la calidad del alimento que se consume. El Señor me ha dicho que en general se coloca demasiado alimento en el estómago. Muchos se ponen en una situación incómoda al comer en exceso, y con frecuencia la enfermedad es el resultado. El Señor no les acarreó ese castigo. Ellos mismos se lo impusieron, y Dios desea que comprendan que el dolor es el resultado de la transgresión.
Los órganos digestivos, cuando se abusa de ellos diariamente, no pueden hacer bien su trabajo. Como resultado, se produce una sangre de mala calidad, y debido al hecho de comer equivocadamente, se perjudica todo el organismo. Hay que dar menos trabajo al estómago. Este se recuperará si se lo cuida en forma apropiada en lo que concierne a la calidad y cantidad del alimento consumido.
Muchos comen demasiado rápidamente. Otros consumen en una misma comida una variedad de alimentos que son incompatibles. Si los hombres y mujeres tan solo recordaran lo mucho que afligen el alma cuando afligen el estómago, y lo mucho que Cristo es deshonrado cuando se abusa del estomago, negarían el apetito y así darían al estómago oportunidad de recobrar su acción saludable. Mientras nos encontramos sentados a la mesa debemos llevar a cabo un trabajo médico misionero comiendo y bebiendo para la gloria de Dios.
La alimentación en sábado
Comer en sábado la misma cantidad de alimento que se consume en los días de trabajo, está completamente fuera de lugar. El sábado es el día que se ha apartado para la adoración de Dios, y en él debemos tener especialmente cuidado de nuestra alimentación. Un estómago pesado significa un cerebro pesado. Con frecuencia se consume una cantidad tan grande de alimento en día sábado, que la mente se entorpece y se torna pesada, incapaz de apreciar las cosas espirituales. Los hábitos de comer tienen mucho que ver con los numerosos ejercicios religiosos aburridos en sábado. La comida del sábado debiera elegirse en relación con los deberes del día en que debe ofrecerse a Dios el servicio más puro y santo.
La comida tiene mucho que ver con la religión. La experiencia espiritual queda muy afectada por la forma en que se trata al estómago. Comer y beber de acuerdo con las leyes de la salud promueve las acciones virtuosas. Pero si se abusa del estómago debido a hábitos que carecen de fundamento en la naturaleza, Satanás se aprovecha del mal que se ha causado y utiliza el estómago como un enemigo de la justicia, al crear una perturbación que afecta a todo el ser. Las cosas sagradas no se aprecian. Disminuye el celo espiritual. Se pierde la paz mental. Hay disensión, lucha y discordia. Se pronuncian palabras de impaciencia y se llevan a cabo actos rudos. Se siguen prácticas deshonestas y se manifiesta enojo, y todo eso porque los nervios del cerebro han sido perturbados por el abuso que se ha amontonado en el estómago.
Resulta lamentable que con frecuencia, cuando debe ejercerse el mayor control de sí mismo, el estómago es atestado por una masa de alimento no saludable y que permanece allí hasta descomponerse. La aflicción del estómago aflige el cerebro. La persona que come en forma imprudente no comprende que se está descalificando para dar un sabio consejo y para trazar planes para el mejor adelanto de la obra de Dios. Pero es así. No puede discernir las cosas espirituales, y en las reuniones de junta, cuando debe decir "sí", dice "no". Presenta propuestas inapropiadas, porque el alimento que ha comido ha ofuscado su capacidad cerebral.
La reforma pro salud y la espiritualidad
El descuido de seguir principios sólidos ha desfigurado la historia del pueblo de Dios. Ha habido continuamente una apostasía en la reforma pro salud, y como resultado Dios ha sido deshonrado por una gran falta de espiritualidad. Se han levantado barreras que nunca habrían existido si el pueblo de Dios hubiera andado en la luz.
¿Debiéramos nosotros, que tenemos oportunidades tan grandes, permitir que el mundo nos tome la delantera en lo que se refiere a la reforma pro salud? ¿Debiéramos rebajar nuestras mentes y abusar de nuestros talentos por comer en forma equivocada? ¿Quebrantaremos la ley santa de Dios por seguir prácticas egoístas? ¿Se convertirá nuestra incongruencia en un objeto de escarnio? ¿Viviremos vidas tan alejadas del modelo cristiano que el Salvador se avergonzará de llamarnos sus hermanos?
¿No haremos más bien esa obra médica misionera que es el Evangelio puesto en práctica, al vivir de tal manera que la paz de Dios gobierne nuestros corazones? ¿No debiéramos quitar toda piedra de tropiezo de los pies de los incrédulos, recordando siempre en qué consiste la profesión del cristianismo?
Es mejor renunciar al nombre de cristiano antes que hacer profesión y al mismo tiempo complacer los apetitos que fortalecen las pasiones impías.
Se pide que se lleve a cabo una reforma
Dios pide a cada miembro de iglesia que dedique su vida sin reservas al servicio del Señor. Pide que se lleve a cabo una reforma decidida. La creación entera gime bajo la maldición. El pueblo de Dios debiera colocarse en un lugar donde pueda crecer en gracia, y donde pueda ser santificado en cuerpo, alma y espíritu por la verdad. Cuando se aparten de las complacencias que destruyen la salud, obtendrán una percepción más clara de lo que constituye la verdadera piedad. Se observará un cambio admirable en la experiencia religiosa. . .
"Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contienda ni envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne"(Romanos 13: 11-14).
Un movimiento de reforma
En visiones de la noche pasó delante de mí un gran movimiento de reforma en el seno del pueblo de Dios. Muchos alababan a Dios. Los enfermos eran sanados y se efectuaban otros milagros. Se advertía un espíritu de adoración como lo hubo antes del gran día del Pentecostés. Veíase a centenares y miles de personas visitando las familias y explicándoles la Palabra de Dios. Los corazones eran convencidos por el poder del Espíritu Santo, y se manifestaba un espíritu de sincera conversión. En todas partes las puertas se abrían de par en par para la proclamación de la verdad. El mundo parecía iluminado por la influencia divina. Los verdaderos y sinceros hijos de Dios recibían grandes bendiciones. Oí las alabanzas y las acciones de gracia: parecía una reforma análoga a la reforma de 1844.
Sin embargo, algunos rehusaban convertirse; no estaban dispuestos a andar en las sendas de Dios, y cuando se hacía un pedido de ofrendas voluntarias para el adelanto de la obra de Dios, se aferraban egoístamente a sus bienes terrenales. Esas personas avarientas se separaron de la compañía de los creyentes.- Testimonies for the Church, tomo 9, pág. 126 (1909).EGW CSS
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