Se nos ha concedido sólo una vida y cada uno debiera preguntarse: "¿Cómo puedo glorificar a Dios y beneficiar a mis semejantes?" Porque la vida tiene valor únicamente si se la usa para alcanzar estos fines.
El desarrollo propio es un deber
El autodesarrollo es nuestra primera responsabilidad para con Dios y nuestros semejantes. Toda facultad que el Creador nos ha concedido, debe ser desarrollada hasta alcanzar la plenitud de su capacidad, de tal manera que podamos realizar el mayor bien posible. Por lo tanto, el tiempo empleado en cultivar y preservar la salud física y mental está bien usado. No podemos darnos el lujo de impedir el crecimiento o debilitar ninguna función del cuerpo ni de la mente. De lo contrario tendremos que sufrir las consecuencias.
Todo hombre tiene la oportunidad, en gran medida, de elegir su propio destino. Las bendiciones de esta vida y también las del estado inmortal, se hallan a su alcance. Se puede edificar un carácter sólido, y adquirir mayor fortaleza a cada paso del camino. Es posible avanzar diariamente en sabiduría y conocimiento, y descubrir nuevas delicias al progresar, añadiendo virtud sobre virtud, gracia sobre gracia. Las facultades mejorarán con el uso; mientras más sabiduría se obtenga, más aumentará la capacidad de aprendizaje. La inteligencia, el conocimiento y la virtud cobrarán mayor fortaleza y perfecta simetría.
Por otra parte, el hombre también puede permitir que sus talentos se enmohezcan por falta de uso, o que los malos hábitos los perviertan, y los corrompa la falta de dominio propio y de fortaleza moral y religiosa. Entonces su trayectoria será descendente; desobedecerá la ley de Dios y las leyes de la salud. El apetito lo dominará y se dejará llevar por sus inclinaciones. Le resultará más fácil permitir que los poderes del mal, que siempre están activos, lo arrastren, que batallar contra ellos e ir hacia adelante. La disipación, le enfermedad y la muerte vendrán como consecuencia. Esta es la historia de muchas vidas que habrían podido ser de gran utilidad en la causa de Dios y de la humanidad.
La tentación del apetito
Una de las tentaciones más fuertes que el hombre tiene que soportar es la del apetito. En el principio el Señor creó al hombre perfecto. Fue creado con una mente perfectamente balanceada, y todos sus órganos estados desarrollados armoniosamente, tanto en tamaño como en fuerza. Pero debido a las seducciones del astuto enemigo, la prohibición de Dios fue desobedecida y las leyes de la naturaleza produjeron todo el castigo de su transgresión.
A Adán y Eva se les permitió comer de todos los árboles de su hogar edénico, con excepción de uno. El Señor dijo a la santa pareja: El día que coman del árbol del bien y del mal, ciertamente morirán. Eva fue seducida por la serpiente y creyó que Dios no actuaría con ellos como había dicho. Ella comió, y creyendo que experimentaría una sensación de vida nueva y más exaltada, llevó el fruto a su esposo. La serpiente había dicho que no morirían, y Eva no sintió ningún malestar al comer la fruta, nada que pudiera considerar como muerte; al contrario, experimentó una sensación agradable, lo cual imaginó ser lo que los ángeles sentían. Aunque la acción de Eva era contraria al mandato explícito de Jehová, Adán mismo fue seducido por ella.
Tal es el caso aún en el mundo religioso. Los mandatos expresos de Dios se transgreden y "por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal". (Eclesiastés 8: 11). Hay hombres y mujeres que seguirán sus propias inclinaciones, aún frente a las más claras órdenes de Dios y luego se atreverán a orar sobre el asunto pidiéndole a Dios que les permita continuar en dirección contraria a su voluntad. Satanás se acerca a tales personas, tal como lo hizo con Eva en el Edén, y ejerce su influencia sobre ellas. Porque experimentan ciertas emociones, estas personas creen estar teniendo una maravillosa experiencia con Dios. Pero una experiencia verdadera estará en armonía con las leyes naturales y divinas; la experiencia falsa es contraria a las leyes de la vida y los preceptos de Jehová.
El apetito controla a los antediluvianos
Desde la primera derrota frente al apetito la humanidad se ha vuelto más y más complaciente, hasta que la salud ha sido sacrificada sobre los altares del apetito. Los habitantes del mundo antediluviano eran intemperantes en la comida y la bebida. Consumían carne a pesar de que en ese tiempo Dios todavía no había dado permiso al hombre para alimentarse de animales. Continuaron su forma pervertida de comer y beber hasta que la complacencia de sus apetitos depravados no tuvo límite; tanta fue su corrupción que Dios no pudo soportar más. Su copa de iniquidad estaba colmada y Dios purificó la tierra de su contaminación moral mediante el diluvio.
Intemperancia después del diluvio
Al multiplicarse los hombres sobre la faz de la tierra después del diluvio, nuevamente se olvidaron de Dios y corrompieron sus caminos delante de él. Aumentó la intemperancia en todas sus formas, hasta que casi todo el mundo había caído en sus garras. Hay ciudades enteras que han sido barridas de sobre la faz de la tierra por sus crímenes perversos y por la iniquidad que las convirtió en manchas sobre el inmaculado campo de las obras creadas por Dios. La gratificación de los apetitos pervertidos condujo a los hombres a los pecados que causaron la destrucción de Sodoma y Gomorra. Dios señala la glotonería y la embriaguez como la causa de la caída de Babilonia. La indulgencia del apetito y las pasiones fueron la base de todos sus pecados.
La experiencia de Esaú
Esaú deseaba insistentemente un tipo de comida especial, y había complacido su apetito por tanto tiempo, que no vio la necesidad de rehusar el platillo tentador. Permitió que su imaginación acariciara ese platillo hasta que el poder del apetito arrasó toda otra consideración y lo controló. Pensó que sufriría grandes inconvenientes y probablemente moriría si no conseguía ese guisado particular. Mientras más lo pensaba, más se fortalecía su deseo, hasta que la primogenitura perdió su valor y santidad ante sus ojos y la cambió por un plato de lentejas. Esaú pensó que podía disponer de su primogenitura a su antojo pero cuando trató de recuperarla, aun a base de gran sacrificio, sus esfuerzos fueron inútiles. Entonces se arrepintió amargamente de su impulsividad, su tontería, su locura; pero todo fue en vano. Había considerado su bendición muy livianamente y el Señor se la quitó para siempre.
Israel deseó las ollas de Egipto
Cuando el Dios de Israel sacó a su pueblo de Egipto, les quitó la carne de su alimentación, pero les proveyó pan del cielo y agua de la roca. Pero no se satisficieron con esto. Aborrecieron la comida que se les dio y desearon estar de regreso en Egipto, donde podían disfrutar de las ollas de carne. Prefirieron soportar la esclavitud, y aun la muerte, con tal de que no se los privara de la carne. Dios les concedió su deseo y los dejó comer carne hasta que su glotonería produjo una plaga de la cual murieron muchos de ellos.
Se puede citar ejemplo tras ejemplo para mostrar los efectos que produce el dejarse dominar por el apetito. A nuestros primeros padres les pareció asunto de poca importancia la transgresión del mandamiento de Dios referente a no comer de un árbol que era tan bello en apariencia y cuyo fruto tenía un sabor tan agradable, pero quebrantaron su alianza con Dios y abrieron las puertas a un diluvio de culpabilidad y calamidad que inundó al mundo.
La intemperancia y el crimen
El crimen y la enfermedad han ido en aumento con cada generación. La intemperancia en el comer y el beber, y la indulgencia de las bajas pasiones han embotado las más nobles facultades del hombre. La razón, en vez de dominar, ha sido esclava del apetito en forma alarmante. El apetito creciente por comidas elaboradas se ha complacido hasta que se ha hecho costumbre atiborrar el estómago con toda clase de platillos. El apetito se satisface sin medida en las fiestas de placer. A altas horas de la noche se sirven meriendas sazonadas y cenas compuestas de carnes condimentadas con salsas pesadas, pasteles, helados, te, café, etc. No es de sorprenderse que la gente que practica este tipo de alimentación sea de complexión pálida y sufra de trastornos digestivos.
La naturaleza emitirá su voz de protesta en contra de toda transgresión de las leyes de la vida. Soporta los abusos hasta cierto límite pero la retribución finalmente llega y se deja sentir sobre las facultades físicas y mentales. Y estos efectos negativos no terminan con el transgresor, sino que las consecuencias de su indulgencia son visibles en su descendencia, y así la maldad se transmite de generación a generación.
Nuestra juventud carece de control propio
Los jóvenes de la actualidad son un índice seguro del futuro de la sociedad; y al observarlos, ¿qué podemos esperar del futuro? La mayoría prefiere las diversiones antes que el trabajo. Les falta valor moral para negarse a sí mismos y responder al llamado del deber. Carecen de control propio y se dejan dominar por la ira ante la más leve provocación. Muchos viven sin principios y son insensibles a los dictados de su conciencia; y con sus hábitos de ocio y derroche se apresuran a participar en toda suerte de vicios y de este modo corrompen la sociedad, convirtiendo a nuestro mundo en una segunda Sodoma. Si los apetitos y las pasiones estuvieran bajo el control de la razón y la religión nuestra sociedad ofrecería un aspecto completamente diferente. Nunca fue el deseo de Dios que las condiciones actuales existieran. Se han producido debido a la flagrante violación de las leyes de la naturaleza.
El carácter se forma en gran medida durante los primeros años de la existencia. Los hábitos establecidos en la infancia tienen mayor influencia que cualquier don natural en la formación de hombres de gran intelecto o de enanos intelectuales porque los hábitos incorrectos pueden distorsionar y debilitar los mejores talentos. Mientras más temprano en la vida una persona adopte hábitos dañinos, más firmemente será dominada por ellos y más ciertamente afectarán su espiritualidad. Al contrario si se forman hábitos correctos y virtuosos en la juventud generalmente marcarán el rumbo de la vida de quien los posee. En la mayoría de los casos se encontrará que las personas que temen a Dios y hacen lo correcto en sus años ulteriores, aprendieron esa lección antes que el mundo estampara su imagen de pecado en el alma. Los de edad madura generalmente son tan insensibles a nuevas impresiones como la roca endurecida; pero la juventud es impresionable. Este es el tiempo para adquirir los conocimientos que se practicarán diariamente a través de la vida; durante estos años se puede formar fácilmente un carácter correcto; es la época para establecer buenos hábitos, y adquirir y mantener la capacidad del dominio propio. La juventud es el tiempo de la siembra, y la semilla sembrada determina la cosecha para esta vida y la venidera.
La responsabilidad de los padres
El primer objetivo de los padres consistirá en la adquisición de conocimientos relativos a la forma correcta de criar a sus hijos, de tal manera que puedan asegurarles cuerpos y mentes sanos. Se deben practicar los principios de la temperancia en todos los detalles de la vida hogareña.
La negación del yo debe ser enseñada a los hijos y practicada en forma consistente desde la niñez. Enséñeseles a los pequeños que deben comer para vivir y no vivir para comer; que el apetito debe ser controlado por la voluntad y que la voluntad debe ser controlada por un raciocinio inteligente y sereno.
Si los padres han transmitido a sus hijos tendencias que hacen más difícil la labor de educarlos de manera que sean estrictamente temperantes, y que cultiven hábitos puros y virtuosos, ¡cuán solemne es su responsabilidad de contrarrestar esas tendencias recurriendo a todos los medios a su alcance! Con cuánta diligencia debieran luchar para cumplir con su deber hacia sus desafortunados hijos. A los padres se les ha confiado el sagrado deber de salvaguardar la condición física y moral de sus hijos. Las personas que gratifican el apetito de un niño y no le enseñan a controlar sus pasiones, podrán ver después en el esclavo del tabaco, o el bebedor de licor, con los sentidos adormecidos y cuyos labios pronuncian falsedad y profanidad, el terrible error que han cometido.
Es imposible que quienes dan rienda suelta al apetito, alcancen la perfección cristiana. Las sensibilidades morales de los hijos no pueden ser despertadas fácilmente a menos que se ejerza cuidado en la selección de sus alimentos. Muchas madres sirven una mesa que constituye una verdadera trampa para la familia. Carnes, mantequilla, queso, pasteles de difícil digestión, comidas condimentadas y aliños son ingeridos igualmente por viejos y jóvenes. Estas cosas realizan su labor de perturbar el estómago, excitar los nervios y debilitar el intelecto. Los órganos productores de sangre no pueden convertir tales comidas en buena sangre. La grasa cocinada en los alimentos dificulta la digestión. El efecto del queso es dañino. El pan de harina refinada no imparte al sistema los nutrientes que se encuentran en el pan de harina integral. Su uso regular no mantendrá al sistema en óptimas condiciones. Las especias irritan la delicada mucosa del estómago y destruyen su sensibilidad. La sangre se afiebra, y las propensiones animales se despiertan, mientras que las facultades morales e intelectuales se debilitan y llegan a ser dominadas por las más bajas pasiones. La madre debiera aprender a presentar una alimentación sencilla, a la vez que nutritiva, ante su familia. Dios ha provisto al hombre suficientes medios para la satisfacción de un apetito no pervertido; y le ha concedido los productos de la tierra: una abundante variedad de alimentos agradables al paladar y nutritivos para el organismo. Nuestro bondadoso Padre celestial dice que podemos comer libremente de éstos. Las frutas y los granos y vegetales, preparados de una manera sencilla, sin especias ni grasa de ninguna clase, complementados con leche o crema, constituyen el régimen más saludable. Imparten alimento al cuerpo y proporcionan poder de resistencia y vigor del intelecto, no producidos por un régimen estimulante.
Los peligros de comer carne
Las personas que consumen carne en abundancia no siempre poseen un cerebro despejado y un intelecto activo, porque el consumo de carne tiende a causar gordura y entorpece las más finas sensibilidades de la mente. La propensión a las enfermedades se ve aumentada con el consumo de carne. No dudamos al decir que la carne no es esencial para mantener la salud y el vigor.
Los que viven con un régimen mayormente a base de carne no pueden evitar consumir de vez en cuando carnes enfermas en mayor o menor grado. En muchos casos el proceso de preparar los animales para el mercado produce condiciones insalubres. Los cuerpos de estos animales alejados de la luz y del aire puro obligados a respirar la atmósfera de establos sucios, pronto se contaminan con materia en descomposición, y cuando esa carne es ingerida por los seres humanos corrompe la sangre y produce enfermedad. Si la persona ya tenía sangre impura. esta condición se verá grandemente empeorada. Pero son pocos los que pueden ser convencidos de que fue la carne lo que envenenó su sangre y ocasionó su sufrimiento. Muchos mueren de enfermedades causadas directamente por el consumo de carne, pero rara vez se sospecha que ésta sea la causa. Algunos no perciben los efectos inmediatamente, pero esto no es evidencia de que no produce daño. En efecto, la carne puede estar dañando el organismo sin que la víctima lo note.
Aunque el puerco es uno de los artículos más comunes en la alimentación de muchos es uno de los más dañinos. Dios no prohibió a los hebreos que se abstuvieran de comer puerco sólo con el propósito de mostrar su autoridad, sino porque no es un artículo adecuado para consumo humano. Dios no creó al puerco para ser comido bajo ninguna circunstancia. Es imposible que la carne de cualquier criatura sea saludable cuando su elemento natural es la inmundicia y se alimenta de toda cosa detestable.
El propósito principal del hombre no es la gratificación de su apetito. Hay necesidades físicas que deben ser 115 satisfechas; pero ¿es necesario que el ser humano sea dominado por el apetito debido a esto? ¿Será que personas que desean ser santas, puras y perfectas, para que se las pueda presentar ante la sociedad de los ángeles celestiales, continuarán quitándole la vida a las criaturas de Dios para disfrutar de su carne como un lujo? El Señor me ha mostrado que este orden de cosas cambiará y que el pueblo peculiar de Dios ejercerá temperancia en todas las cosas.
La preparación correcta de los alimentos es un deber
Ciertas personas parecen pensar que cualquier cosa que se coma se pierde, que cualquier cosa comida para llenar el estómago, será del mismo beneficio que el alimento preparado inteligentemente y con cuidado. Pero es importante disfrutar del alimento que se come. Si no lo hacemos y sólo comemos mecánicamente, no recibiremos la nutrición apropiada. Nuestros cuerpos están constituidos de lo que comemos; y para formar tejidos de buena calidad, debemos ingerir alimentos apropiados y preparados con tal habilidad que se adapten mejor a las necesidades del organismo. Los que cocinan tienen el sagrado deber de aprender a preparar los alimentos de diferentes formas, de modo que sean al mismo tiempo saludables y agradables al paladar. Los métodos incorrectos de preparar alimentos han causado el desgaste de la energía vital de miles. Debido a esto se pierden más almas de lo que muchos se percatan. Esta falta trastorna el organismo y produce enfermedad. En tales condiciones no se pueden discernir con claridad los asuntos celestiales.
Algunos no aceptan que la preparación apropiada de los alimentos constituya un deber sagrado. Debido a esto no se esfuerzan por aprender. Dejan que el pan se fermente antes de hornearlo, y el bicarbonato de sodio que le añaden para remediar el descuido de la cocinera, lo hace totalmente inadecuado para el estómago humano. Se requieren conocimientos y esmero para hacer buen pan. Pero hay más religión en un buen pan de lo que muchos piensan. El alimento puede ser preparado sencilla y saludablemente, pero se requiere habilidad para hacerlo nutritivo y a la vez agradable al paladar. Para aprender a cocinar, las mujeres deben estudiar, y practicar pacientemente lo aprendido. La gente sufre porque no se han tomado la molestia de aprender. A ellos les digo que es tiempo de despertar sus energías adormecidas y buscar conocimiento. No piensen que desperdician el tiempo al adquirir un conocimiento cabal y práctico en el arte de preparar alimentos saludables y agradables al paladar. No importa cuánta experiencia tenga usted en la cocina, si todavía tiene la responsabilidad de una familia, es su deber aprender a cuidar de ellos adecuadamente. Si es necesario, vaya con una buena cocinera y póngase bajo su instrucción hasta que domine el arte.
Los malos hábitos en el comer destruyen la salud
Los malos hábitos en el comer y el beber destruyen la salud y con ello, la dulzura de la vida. ¡Oh, cuántas veces una buena comida, como se la denomina, se ha consumido en detrimento del sueño y el descanso! Miles, por satisfacer un apetito pervertido, han contraído fiebres u otras enfermedades graves que les han acarreado la muerte. Esos deleites fueron adquiridos a un costo demasiado elevado.
No porque sea incorrecto comer para gratificar un gusto pervertido, debemos ser indiferentes en lo que se refiere a nuestra alimentación. Es un asunto de vital importancia. Nadie debería adoptar un régimen empobrecido. Muchos se hallan debilitados por la enfermedad y necesitan alimentos nutritivos y bien cocinados. Los reformadores de la salud especialmente, deberían evitar cuidadosamente los extremos. El cuerpo necesita ingerir alimento en cantidad suficiente. El Dios que concede el sueño a sus amados, también los ha provisto con alimentos apropiados para mantener el organismo saludable.
Muchos ignoran la luz y el conocimiento y sacrifican los principios por ceder al paladar. Comen cuando el organismo no necesita alimentos y lo hacen a intervalos irregulares, porque carecen de fortaleza moral para resistir la inclinación. Como resultado, el estómago recargado se rebela y sólo se produce sufrimiento. La regularidad en el comer es muy importante para la salud de cuerpo y la estabilidad de la mente. Nunca debe ingerirse alimento entre comidas.
Comer muy frecuentemente es una causa de dispepsia
Muchos se permiten la satisfacción del pernicioso deseo de comer justo antes de irse a la cama. Pueden haber ingerido sus alimentos regulares, pero porque experimentan una leve sensación de desfallecimiento piensan que deben tomar un bocadillo. La complacencia de estos deseos malsanos se convierte en un hábito y luego se siente que uno no puede ir a dormir sin comida. En muchos casos este aparente desfallecimiento es producido por los órganos digestivos que han sido sobrecargados durante el día y que tratan de deshacerse de la gran cantidad de alimentos que ha sido depositado en ellos. Estos órganos necesitan un período de descanso total para recobrar sus energías perdidas. Nunca se debe volver a comer antes que el estómago haya tenido la oportunidad de recuperarse después de haber digerido los alimentos. Cuando nos acostamos en la noche, el estómago debiera haber terminado su trabajo de tal manera que, lo mismo que todos los otros órganos del cuerpo, pueda descansar. Pero si se le echa más comida, los órganos digestivos se ponen en movimiento nuevamente y continúan funcionando durante las horas de la noche. Debido a esto el descanso se ve perturbado con pesadillas, y en la mañana la persona se siente fatigada. Cuando se continúa con esta práctica, los órganos digestivos pierden su vigor natural y la persona sufre de digestión difícil. La transgresión de las leyes de la naturaleza no afecta únicamente al transgresor, sino también a otros. El transgresor manifiesta impaciencia y se irrita fácilmente con cualquiera que no está de acuerdo con él. No puede actuar ni hablar con calma. Proyecta una sombra dondequiera que va. Así que ¿cómo puede alguno decir: "Es negocio mío lo que yo coma o beba"?
Peligros que deben evitarse
Es posible comer inmoderadamente, aun cuando se trate de alimentos saludables. No es correcto pensar que sólo porque uno ha descartado el consumo de alimentos dañinos, puede comer la cantidad que se le antoje de alimentos sanos. Comer en demasía, no importa cuál sea la calidad de la comida, es nocivo para el organismo.
Muchos cometen el error de beber agua fría con los alimentos. Los alimentos no deben acompañarse con agua. Ingerida con las comidas, el agua disminuye la producción de saliva; y mientras más fría el agua, más daño le causa al estómago. El agua fría o una limonada fría ingerida con los alimentos retardará la digestión hasta que el organismo haya calentado suficientemente el estómago para que pueda llevar a cabo su labor. Mastique lentamente y permita que la saliva se mezcle con los alimentos.
Mientras mayor la cantidad de líquido ingerido con los alimentos, más difícil se torna la digestión, porque el líquido debe ser absorbido primeramente. Además, los líquidos diluyen los jugos gástricos y retardan así la acción digestiva. No consuma demasiada sal; renuncie a los encurtidos, absténgase de comidas picantes, consuma frutas con los alimentos y la irritación que produce tanta sed, desaparecerá. Pero si algo se necesita para calmar la sed, el agua pura es todo lo que la naturaleza requiere. Nunca tome té, café, cerveza, vino o licor.
Coma lentamente *
A fin de asegurar una digestión saludable, los alimentos deben ser comidos lentamente. Los que deseen evitar los trastornos digestivos. conscientes de su deber de mantener todas sus facultades en una condición tal que los capacite para rendir el mejor servicio a Dios, harán bien en recordar este hecho. Si su tiempo para comer es limitado, no trague la comida rápidamente, sino coma menos y mastique lentamente. El beneficio obtenido de los alimentos no depende tanto de la cantidad ingerida, como de su completa digestión; ni la gratificación del paladar depende tanto de la cantidad tragada, como del tiempo que permanece en la boca. La persona que experimenta alguna ansiedad o emoción, o se halla apresurada, haría bien en no comer hasta haberse tranquilizado, porque las facultades vitales, ya alteradas, no pueden abastecer los necesarios jugos digestivos. Muchos, cuando viajan mastican casi constantemente cualquier comestible a su alcance. Esta práctica es perniciosa. Si los viajeros comieran alimentos sencillos y nutritivos a horas regulares, no experimentarían tanto cansancio y se enfermarían menos.
La temperancia en todas las cosas es necesaria a fin de conservar la salud: temperancia en el trabajo y temperancia en la comida y la bebida. Nuestro Padre celestial nos dio la luz de la reforma de la salud a fin de protegernos contra los peligros de un apetito depravado, para que los que aman la pureza y la santidad puedan saber cómo usar con discreción todo lo bueno que Dios les ha provisto, y para que mediante el ejercicio cotidiano de la temperancia puedan ser santificados por la verdad.
En nuestros campamentos debemos tener alimentos nutritivos y saludables, preparados de manera sencilla. No debemos transformar estas ocasiones en banquetes. Si apreciamos las bendiciones de Dios, si nos alimentamos con el Pan de Vida, no nos preocuparemos por gratificar los apetitos. Pregúntese cada uno: ¿Cómo está mi alma? Cuando ésta sea nuestra preocupación, experimentaremos un anhelo tan grande por el alimento espiritual, por algo que imparta fortaleza espiritual, que no nos quejaremos si los alimentos son sencillos.
Dios requiere que el cuerpo le sea ofrecido en sacrificio vivo, no en sacrificio muerto o decadente. Las ofrendas de los hebreos debían ser sin mancha, y ¿será acaso agradable para Dios recibir un sacrificio humano lleno de enfermedad y corrupción? El nos dice que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo; y nos pide que cuidemos de este templo de tal manera que sea una habitación adecuada para su Espíritu. El apóstol Pablo nos da esta admonición: "Porque comprados sois por precio; glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios"
(1 Corintios 6: 20). Todos deben esmerarse por conservar el cuerpo en la mejor condición física posible, para que puedan ofrecer a Dios un servicio perfecto y llevar a cabo sus deberes tanto en el seno de la familia como en la sociedad. EGW CSS