martes, 26 de noviembre de 2013

26. “Estimulantes y Narcóticos” EL MINISTERIO DE CURACIÓN


BAJO el título de estimulantes y narcóticos se clasifica una gran variedad de substancias que, aunque empleadas como alimento y bebida, irritan el estómago, envenenan la sangre y excitan los nervios. Su consumo es un mal positivo. Los hombres buscan la excitación de estimulantes, porque, por algunos momentos, producen sensaciones agradables. Pero siempre sobreviene la reacción. El uso de estimulantes antinaturales lleva siempre al exceso, y es un agente activo para provocar la degeneración y el decaimiento físico. 

Los Condimentos:
En esta época de apresuramiento, cuanto menos excitante sea el alimento, mejor. Los condimentos son perjudiciales de por sí. La mostaza, la pimienta, las especias, los encurtidos y otras cosas por el estilo, irritan el estómago y enardecen y contaminan la sangre. La inflamación del estómago del borracho se representa muchas veces gráficamente para ilustrar el efecto de las bebidas alcohólicas. El consumo de condimentos irritantes produce una inflamación parecida. 
El organismo siente una necesidad insaciable de algo más estimulante.  

EL TE Y EL CAFE:
El té estimula y hasta cierto punto embriaga. Parecida resulta también la acción del café y de muchas otras bebidas populares. El primer efecto es agradable. Se excitan los nervios del estómago, y esta excitación se transmite al cerebro, que, a su vez acelera la actividad del corazón, y da al organismo entero 251 cierta energía pasajera. No se hace caso del cansancio; la fuerza parece haber aumentado. La inteligencia se despierta y la imaginación se aviva. En consecuencia, muchos se figuran que el té o el café les hace mucho bien. Pero es un error. El té y el café no nutren el organismo. Su efecto se produce antes de la digestión y la asimilación, y lo que parece ser fuerza, no es más que excitación nerviosa. Pasada la acción del estimulante, la fuerza artificial declina y deja en su lugar un estado correspondiente de languidez y debilidad. 

El consumo continuo de estos excitantes de los nervios provoca dolor de cabeza, insomnio, palpitaciones del corazón, indigestión, temblores y otros muchos males; porque esos excitantes consumen las fuerzas vitales. Los nervios cansados necesitan reposo y tranquilidad en vez de estímulo y recargo de trabajo. La naturaleza necesita tiempo para recuperar las agotadas energías. Cuando sus fuerzas son aguijoneadas por el uso de estimulantes uno puede realizar mayor tarea; pero cuando el organismo queda debilitado por aquel uso constante se hace más difícil despertar las energías hasta el punto deseado. 

 Es cada vez más difícil dominar la demanda de estimulantes hasta que la voluntad queda vencida y parece que no hay poder para negarse a satisfacer un deseo tan ardiente y antinatural, que pide estimulantes cada vez más fuertes, hasta que la naturaleza, exhausta, no puede responder a su acción.

El Hábito del Tabaco.
El tabaco es un veneno lento, insidioso, pero de los más nocivos. En cualquier forma en que se haga uso de él, mina la constitución; es tanto más peligroso cuanto sus efectos son lentos y apenas perceptibles al principio. Excita y después paraliza los nervios.

 Debilita y anubla el cerebro. A menudo afecta los nervios más poderosamente que las bebidas alcohólicas. Es un veneno más sutil, y es difícil eliminar sus 252 efectos del organismo. Su uso despierta sed de bebidas fuertes, y en muchos casos echa los cimientos del hábito de beber alcohol. El uso del tabaco es perjudicial, costoso y sucio; contamina al que lo usa y molesta a los demás. Sus adictos se encuentran en todas partes. Es difícil pasar por entre una muchedumbre sin que algún fumador le eche a uno a la cara su aliento envenenado. Es desagradable y malsano permanecer en un coche de ferrocarril o en una sala donde la atmósfera esté cargada con vapores de alcohol y de tabaco. 

Aunque haya quienes persistan en usar estos venenos ellos mismos, 
¿Qué derecho tienen para viciar el aire que otros deben respirar?  

Entre los niños y jóvenes el uso del tabaco hace un daño incalculable. Las prácticas malsanas de las generaciones pasadas afectan a los niños y jóvenes de hoy. La incapacidad mental, la debilidad física, las perturbaciones nerviosas y los deseos antinaturales se transmiten como un legado de padres a hijos. Y las mismas prácticas, seguidas por los hijos, aumentan y perpetúan los malos resultados. A esta causa se debe en gran parte la deterioración física, mental y moral que produce tanta alarma. Los muchachos empiezan a hacer uso del tabaco en edad muy temprana. El hábito que adquieren cuando el cuerpo y la mente son particularmente susceptibles a sus efectos, socava la fuerza física, impide el crecimiento del cuerpo, embota la inteligencia y corrompe la moralidad. 

Pero, ¿Qué puede hacerse para enseñar a niños y jóvenes los males de una práctica de la cual les dan ejemplo los padres, maestros y pastores? 

Pueden verse niños, apenas salidos de la infancia, con el cigarrillo en la boca. Si alguien les dice algo al respecto contestan: "Mi padre fuma." Señalan con el dedo al pastor o al director de la escuela dominical y dicen: 
"Este caballero fuma, ¿Qué daño me hará a mí hacer lo que él hace?" 

Muchas personas empeñadas en la causa de la temperancia 253 son adictas al uso de tabaco. ¿Qué influencia pueden ejercer para detener el avance de la intemperancia? Pregunto a los que profesan creer y obedecer la Palabra de Dios: ¿Podéis, como cristianos, practicar un hábito que paraliza vuestra inteligencia y os impide considerar debidamente las realidades eternas? ¿Podéis consentir en robar cada día a Dios parte del servicio que se le debe, y negar a vuestros semejantes la ayuda que debierais prestarles y el poder de vuestro ejemplo? ¿Habéis considerado vuestra responsabilidad como mayordomos de Dios respecto a los recursos que están en vuestras manos? ¿Cuánto dinero del Señor gastáis en tabaco? Recapacitad en lo que habéis gastado así en toda vuestra vida. 

¿Cómo se compara el importe de lo gastado en este vicio con lo que habéis dado 
para aliviar a los pobres y difundir el Evangelio?

 Ningún ser humano necesita tabaco; 
en cambio hay muchedumbres que mueren 
por falta de los recursos que gastados 
en tabaco resultan más que derrochados. 
¿No habéis malgastado los bienes del Señor? 
¿No os habéis hecho reos de hurto para con Dios 
y para con vuestros semejantes?
 ¿No sabéis que "no sois vuestros? 
 Porque comprados sois por precio: 
glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo
 y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios." 
(1 Corintios 6:19, 20).

El Alcohol:
"El vino es escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cualquiera que por ello errare, no será sabio." "¿Para quién será el ay? ¿para quién el ay? ¿para quién las rencillas? ¿para quién las quejas? ¿para quién las heridas en balde? "¿Para quién lo amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la mistura. No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en el vaso: éntrase suavemente; mas al fin como serpiente morderá, y como basilisco dará dolor." (Proverbios 20:1; 23:29-32). 254

Ninguna mano humana pintó jamás un cuadro más vivo del envilecimiento y la esclavitud de la víctima de las bebidas embriagantes. Sujetada, degradada, no puede librarse del lazo, ni siquiera cuando llega a darse cuenta de su estado, y dice: "Aún lo tornaré a buscar." (Vers. 35.)

No se necesitan argumentos para demostrar los malos efectos de las bebidas embriagantes en el borracho. Los ofuscados y embrutecidos desechos de la humanidad, almas por quienes Cristo murió y por las cuales lloran los ángeles, se ven en todas partes. Constituyen un baldón para nuestra orgullosa civilización. Son la vergüenza, la maldición y el peligro de todos los países. 

¿Y quién puede describir la miseria, la agonía, la desesperación que esconde el hogar del bebedor? 

Pensad en la esposa, mujer muchas veces de refinada educación, de sentimientos delicados, a quien la suerte ha unido a un ser humano que fue luego embrutecido por la bebida o transformado en un demonio.
 Pensad en los hijos que viven privados de las comodidades del hogar y de la educación, aterrorizados por el que debería ser su orgullo y su amparo, arrojados al mundo llevando impreso el estigma de la vergüenza, y víctimas muchas veces de la maldita sed hereditaria del borracho. 

Las bebidas fermentadas.
Pensad en las espantosas desgracias que suceden cada día a consecuencia de la bebida. En un tren, algún empleado pasa por alto una señal, o interpreta erróneamente una orden. El tren sigue adelante; ocurre un choque, y se pierden muchas vidas. O un vapor encalla, y tanto los pasajeros como los tripulantes hallan su tumba en el agua. Procédese a una investigación y se comprueba que alguien que desempeñaba un puesto importante estaba entonces bajo la influencia de la bebida. ¿Hasta qué punto puede uno entregarse al hábito de beber y llevar la responsabilidad de vidas humanas? Estas 255 pueden confiarse tan sólo a quien es verdaderamente abstemio.

Los que han heredado la sed de estimulantes antinaturales no deberían tener de ningún modo vino, cerveza o sidra a la vista o a su alcance, porque esto los expone continuamente a la tentación. Considerando inofensiva la sidra dulce, muchos no vacilan en comprar una buena provisión de ella. Pero la sidra permanece dulce muy poco tiempo; pronto empieza a fermentar. El gusto picante que entonces adquiere la hace tanto más aceptable a muchos paladares, y el que la bebe se resiste a creer que ha fermentado.

Aun el consumo de sidra dulce tal como se la produce comúnmente es peligroso para la salud. Si la gente pudiera ver lo que el microscopio revela en la sidra que se compra, muy pocos consentirían en beberla. Muchas veces los que elaboran sidra para la venta no son escrupulosos en la selección de los fruta que emplean, y exprimen el jugo de fruta agusanada y echada a perder. Los que ni siquiera pensarían en comer fruta dañina o podrida, no reparan en tomar sidra hecha con esta misma fruta y la consideran deliciosa; pero el microscopio revela que aun al salir del lagar, esta bebida al parecer tan agradable es absolutamente impropia para el consumo.

Se llega a la embriaguez tan ciertamente con el vino, la cerveza y la sidra, como con bebidas más fuertes. El uso de las bebidas que tienen menos alcohol despierta el deseo de consumir las mas fuertes, y así se contrae el hábito de beber. La moderación en la bebida es la escuela en que se educan los hombres para la carrera de borrachos.  Tan insidiosa es la obra de estos estimulantes más leves, que la víctima entra por el camino ancho que lleva a la costumbre de emborracharse antes de que se haya dado cuenta del peligro.

Algunos que nunca son tenidos por ebrios están siempre bajo la influencia de las bebidas embriagantes débiles. Se los nota febriles, de genio inestable y desequilibrados. Creyéndose en seguridad, siguen adelante, hasta derribar toda barrera y 256 sacrificar todo principio.  Las resoluciones más firmes quedan socavadas; las más altas consideraciones no bastan para sujetar sus apetitos a la razón.

El vino que hizo Cristo

En ninguna parte sanciona la Biblia el uso del vino fermentado. El vino que Cristo hizo con agua en las bodas de Caná era zumo puro de uva.  Este es el "mosto" que se halla en el "racimo," del cual dice la Escritura: "No lo desperdicies, que bendición hay en él." (Isaías 65:8).

Fue Cristo quien advirtió a Israel en el Antiguo Testamento: "El vino es escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cualquiera que por ello errare, no será sabio." (Proverbios 20:1). Cristo no suministró semejante bebida.  Satanás induce a los hombres a dejarse llevar por hábitos que anublan la razón y entorpecen las percepciones espirituales, pero Cristo nos enseña a dominar la naturaleza inferior.  Nunca ofrece él a los hombres lo que podría ser una tentación para ellos.  Su vida entera fue un ejemplo de abnegación. Para quebrantar el poder de los apetitos ayunó cuarenta días en el desierto, y en beneficio nuestro soportó la prueba más dura que la humanidad pudiera sufrir. 

Fue Cristo quien dispuso que Juan el Bautista no bebiese vino ni bebidas fuertes. Fue él quien impuso la misma abstinencia a la esposa de Manoa. Cristo no contradijo su propia enseñanza. El vino sin fermentar que suministró a los convidados de la boda era una bebida sana y refrigerante. Fue el vino del que nuestro Salvador hizo uso con sus discípulos en la primera comunión. Es también el vino que debería figurar siempre en la santa cena como símbolo de la sangre del Salvador. El servicio sacramental está destinado a refrigerar y vivificar el alma. Nada de lo que sirve al mal debe relacionarse con dicho servicio.

A la luz de lo que enseñan las Escrituras, la naturaleza y la razón respecto al uso de bebidas embriagantes, ¿cómo pueden  257 los cristianos dedicarse al cultivo del lúpulo para la fabricación de cerveza, o a la elaboración de vino o sidra? Si aman a su prójimo como a sí mismos, ¿cómo pueden contribuir a ofrecerle lo que ha de ser para él un lazo peligroso?

Muchas veces la intemperancia empieza en el hogar. Debido al uso de alimentos muy sazonados y malsanos, los órganos de la digestión se debilitan, y se despierta un deseo de consumir alimento aún más estimulante. Así se incita al apetito a exigir de continuo algo más fuerte. El ansia de estimulantes se vuelve cada vez más frecuente y difícil de resistir. El organismo va llenándose de venenos y cuanto más se debilita, mayor es el deseo que siente de estas cosas. Un paso dado en mala dirección prepara el camino a otro paso peor. Muchos que no quisieran hacerse culpables de poner sobre la mesa vino o bebidas embriagantes no reparan en recargarla con alimentos que despiertan tal sed de bebidas fuertes, que se hace casi imposible resistir a la tentación. Los malos hábitos en el comer y beber quebrantan la salud y preparan el camino para la costumbre de emborracharse.

Muy pronto habría poca necesidad de hacer cruzadas antialcohólicas si a la juventud que forma y modela a la sociedad, se le inculcaran buenos principios de temperancia.  Emprendan los padres una cruzada antialcohólica en sus propios hogares, mediante los principios que enseñen a sus hijos para que éstos los sigan desde la infancia, y podrán entonces esperar éxito.

Es obra de las madres ayudar a sus hijos a adquirir hábitos correctos y gustos puros. Eduquen el apetito; enseñen a sus hijos a aborrecer los estimulantes. Críen a los hijos de modo que tengan vigor moral para resistir al mal que los rodea. Enséñenles a no dejarse desviar por nadie, a no ceder a ninguna influencia por fuerte que sea, sino a ejercer ellos mismos influencia sobre los demás para el bien.

Se hacen grandes esfuerzos para acabar con la intemperancia; 258 pero muchos de ellos no están bien dirigidos. Los abogados de la reforma en favor de la temperancia deberían estar apercibidos contra los pésimos resultados del consumo de alimentos malsanos, de condimentos, del té y del café. Deseamos buen éxito a todos los que trabajan en la causa de la temperancia; pero los invitamos a que observen más profundamente la causa del mal que combaten, y a que sean ellos mismos consecuentes en la reforma.

Debe recordarse de continuo a la gente que el equilibrio de sus facultades mentales y morales depende en gran parte de las buenas condiciones de su organismo físico. Todos los narcóticos y estimulantes artificiales que debilitan y degradan la naturaleza física tienden también a deprimir la inteligencia y la moralidad. La intemperancia es la raíz de la depravación moral del mundo. Al satisfacer sus apetitos pervertidos, el hombre pierde la facultad de resistir a la tentación.

Los que trabajan en favor de la temperancia tienen que educar al pueblo en este sentido. Enséñenle que la salud, el carácter y aun la vida, corren peligro por el uso de estimulantes que excitan las energías exhaustas para que actúen en forma antinatural y espasmódico,

En cuanto al té, al café, al tabaco y a las bebidas alcohólicas, la única conducta exenta de peligro consiste en no tocarlos, ni probarlos, ni tener nada que ver con ellos. 

El efecto del té, del café y de las bebidas semejantes es comparable al del alcohol y del tabaco, y en algunos casos el hábito de consumirlos es tan difícil de vencer como lo es para el borracho renunciar a las bebidas alcohólicas. 

Los que intenten romper con estos estimulantes los echarán de menos por algún tiempo, y sufrirán por falta de ellos; pero si perseveran, llegarán a vencer su ardiente deseo, y dejarán de echarlos de menos. La naturaleza necesita algún tiempo para reponerse del abuso a que se la ha sometido; pero désele una oportunidad, y volverá a rehacerse y a desempeñar su tarea noblemente y con toda perfección. 259 

(El Ministerio de Curación de Elena G. De White)

viernes, 1 de febrero de 2013

25. “Los Extremos En La Alimentación” MC. EGW


NO TODOS los que aseveran creer en la reforma alimenticia son realmente reformadores. Para muchos la reforma consiste meramente en descartar ciertos manjares malsanos. No entienden bien los principios fundamentales de la salud, y sus mesas, aun cargadas de golosinas nocivas, distan mucho de ser ejemplos de templanza y moderación cristianas. 

Otra categoría de personas, en su deseo de dar buen ejemplo, cae en el extremo opuesto. Algunos no pueden proporcionarse los manjares más apetecibles, y en vez de hacer uso de las cosas que mejor podrían suplir la falta de aquéllos, se imponen una alimentación deficiente. Lo que comen no les suministra los elementos necesarios para obtener buena sangre. Su salud se resiente, su utilidad se menoscaba, y con su ejemplo desprestigian la reforma alimenticia, en vez de favorecerla.

 Otros piensan que por el hecho de que la salud exige una alimentación sencilla, no es necesario preocuparse por la elección o preparación de los alimentos. Algunos se sujetan a un régimen alimenticio escaso, que no ofrece una variedad suficiente para suplir lo que necesita el organismo, y sufren las consecuencias. 

Los que sólo tienen un conocimiento incompleto de los principios de la reforma son muchas veces los más intransigentes, no sólo al practicar sus opiniones, sino que insisten en imponerlas a sus familias y vecinos. El efecto de sus mal entendidas reformas, tal como se lo nota en su propia mala salud, y los esfuerzos que hacen para obligar a los demás a aceptar sus puntos de vista, dan a muchos una idea falsa de 246 lo que es la reforma alimenticia, y los inducen a desecharla por completo.  

Los que entienden debidamente las leyes de la salud y que se dejan dirigir por los buenos principios, evitan los extremos, y no incurren en la licencia ni en la restricción. Escogen su alimento no meramente para agradar al paladar, sino para reconstituir el cuerpo. Procuran conservar todas sus facultades en la mejor condición posible para prestar el mayor servicio a Dios y a los hombres. Saben someter su apetito a la razón y a la conciencia, y son recompensados con la salud del cuerpo y de la mente. Aunque no imponen sus opiniones a los demás ni los ofenden, su ejemplo es un testimonio en favor de los principios correctos. Estas personas ejercen una extensa influencia para el bien. 

En la reforma alimenticia hay verdadero sentido común. El asunto debe ser estudiado con amplitud y profundidad, y nadie debe criticar a los demás porque sus prácticas no armonicen del todo con las propias. Es imposible prescribir una regla invariable para regular los hábitos de cada cual, y nadie debe erigirse en juez de los demás. 

 No todos pueden comer lo mismo. Ciertos alimentos que son apetitosos y saludables para una persona, bien pueden ser desabridos, y aun nocivos, para otra. Algunos no pueden tomar leche, mientras que a otros les asienta bien. Algunos no pueden digerir guisantes ni judías; otros los encuentran saludables. Para algunos las preparaciones de cereales poco refinados son un buen alimento, mientras que otros no las pueden comer. Los que viven en regiones pobres o poco desarrolladas, donde escasean las frutas y las oleaginosas, no deben sentirse obligados a eliminar de su régimen dietético la leche y los huevos. 

Verdad es que las personas algo corpulentas y las agitadas por pasiones fuertes deben evitar el uso de alimentos estimulantes. Especialmente en las familias cuyos hijos son dados a hábitos sensuales deben proscribirse los huevos. 
 Por 247 lo contrario, no deben suprimir completamente la leche ni los huevos las personas cuyos órganos productores de sangre son débiles, particularmente si no pueden conseguir otros alimentos que suplan los elementos necesarios. 

Deben tener mucho cuidado, sin embargo, de obtener la leche de vacas sanas y los huevos de aves igualmente sanas, esto es, bien alimentadas y cuidadas. Los huevos deben cocerse en la forma que los haga más digeribles. La reforma alimenticia debe ser progresiva. A medida que van aumentando las enfermedades en los animales, el uso de la leche y los huevos se vuelve más peligroso. Conviene tratar de substituirlos con comestibles saludables y baratos. Hay que enseñar a la gente por doquiera a cocinar sin leche ni huevos en cuanto sea posible, sin que por esto dejen de ser sus comidas sanas y sabrosas. 

La costumbre de comer sólo dos veces al día es reconocida generalmente como beneficiosa para la salud. Sin embargo, en algunas circunstancias habrá personas que requieran una tercera comida, que debe ser ligera y de muy fácil digestión. Unas galletas o pan tostado al horno con fruta o café de cereales, son lo más conveniente para la cena. 

Hay algunos que siempre recelan de que la comida por muy sencilla y sana que sea, les haga daño. Permítaseme decirles: No penséis que la comida os va a hacer daño; no penséis siquiera en la comida. Comed conforme os lo dicte vuestro sano juicio; y cuando hayáis pedido al Señor que bendiga la comida para fortalecimiento de vuestro cuerpo, creed que os oye, y tranquilizaos. Puesto que los principios de la salud exigen que desechemos cuanto irrita el estómago y altera la salud, debemos recordar que un régimen poco nutritivo empobrece la sangre. Esto provoca casos de enfermedad de los más difíciles de curar. El organismo no está suficientemente nutrido, y de ello resulta dispepsia y debilidad general. 

 Los que se someten a semejante 248 régimen no lo hacen siempre obligados por la pobreza; sino más por ignorancia o descuido, o por el afán de llevar adelante sus ideas erróneas acerca de la reforma pro salud. No se honra a Dios cuando se descuida el cuerpo, o se lo maltrata, y así se lo incapacita para servirle. Cuidar del cuerpo proveyéndose alimento apetitoso y fortificante es uno de los principales deberes del ama de casa. Es mucho mejor tener ropas y muebles menos costosos que escatimar la provisión de alimento. Algunas madres de familia escatiman la comida en la mesa para poder obsequiar opíparamente a sus visitas. Esto es desacertado. Al agasajar huéspedes se debiera proceder con más sencillez. 

Atiéndase primero a las necesidades de la familia. Una economía doméstica imprudente y las costumbres artificiales hacen muchas veces imposible que se ejerza la hospitalidad donde sería necesaria y beneficiosa. La provisión regular de alimento para nuestra mesa debe ser tal que se pueda convidar al huésped inesperado sin recargar a la señora de la casa con preparativos extraordinarios. Todos deben saber lo que conviene comer, y cómo aderezarlo. Los hombres, tanto como las mujeres, necesitan saber preparar comidas sencillas y sanas. Sus negocios los llaman a menudo a puntos donde no encuentran alimento sano; entonces, si tienen algún conocimiento de la ciencia culinaria, pueden aprovecharlo.

 Fijaos con cuidado en vuestra alimentación. Estudiad las causas y sus efectos. Cultivad el dominio propio. Someted vuestros apetitos a la razón. No maltratéis vuestro estómago recargándolo de alimento; pero no os privéis tampoco de la comida sana y sabrosa que necesitáis para conservar la salud. 

La estrechez de miras de algunos que se llaman reformadores ha perjudicado mucho la causa de la higiene. Deben tener presente los higienistas que en gran medida la reforma 249 alimenticia será juzgada por lo que ellos provean para sus mesas; y en vez de adoptar un proceder que desacredite la reforma, deben enseñar sus principios con el ejemplo, de modo que los recomiendan así a las mentes sinceras. 

Una clase de personas, que abarca a muchos, se opondrá siempre a toda reforma, por muy racional que sea, si requiere que refrenen sus apetitos. Siempre consultan su paladar en vez de su juicio o las leyes de la higiene. Invariablemente, estas personas tacharán de extremistas a cuantos quieran dejar los caminos trillados de las costumbres y abogar por la reforma, por muy consecuente que sea su proceder. A fin de no dar a esas personas motivos legítimos de crítica, los higienistas no procurarán distinguirse tanto como puedan de los demás, sino que se les acercarán en todo lo posible sin sacrificar los buenos principios. 

Cuando los que abogan por la reforma en armonía con la higiene caen en exageraciones, no es de admirar que muchos que los consideran como verdaderos representantes de los principios de la salud rechacen por completo la reforma.  

Estas exageraciones suelen hacer más daño en poco tiempo que el que pudiera subsanarse en toda una vida consecuente. 

La reforma higiénica está basada en principios amplios y de mucho alcance, y no debemos empequeñecerla con miras y prácticas estrechas. Pero nadie debe permitir que el temor a la oposición o al ridículo, el deseo de agradar a otros o influir en ellos, le aparte de los principios verdaderos ni le induzca a considerarlos livianamente. Los que se dejan gobernar por los buenos principios defenderán firme y resueltamente lo que sea correcto; pero en todas sus relaciones sociales darán pruebas de generosidad, de espíritu cristiano y de verdadera moderación. 250

(El Ministerio de Curación de Elena G. De White)