Al ver a nuestras hermanas apartarse de la sencillez en el vestir y cultivar el amor por las modas del mundo, nos afligimos. Al ir en esa dirección, se están separando de Dios y descuidan el adorno interior. No deben sentirse libres para dedicar el tiempo que Dios les ha dado al adorno innecesario de sus vestidos. ¡Cuánto mejor sería que lo emplearan escudriñado las Escrituras, y obteniendo sí un conocimiento cabal de las profecías y las lecciones prácticas de Cristo!
Como cristianos no debiéramos dedicarnos a ninguna ocupación sobre la cual no podamos pedir a conciencia la bendición del Señor. Hermanas mías, ¿tenéis una clara y limpia conciencia en relación con el trabajo innecesario dedicáis a vuestra vestimenta? ¿Podéis, mientras confundís la mente con los volantes fruncidos, los moños y las cintas, elevar el alma a Dios en oración para que bendiga vuestros esfuerzos? El tiempo empleado en esa forma podría dedicarse a hacer el bien a los demás y a cultivar vuestras propias mentes. Muchas de nuestras hermanas son personas de grandes habilidades, y si usaran sus talentos para la gloria de Dios, tendrían éxito en ganar a muchas almas para Cristo. . .
Especialmente las esposas de nuestros ministros deben tener cuidado de no apartarse de las claras enseñanzas de la Biblia con respecto al vestir. Muchas consideran que esas instrucciones son demasiado anticuadas para que se les preste atención; pero el que las dio a sus discípulos, comprendía los peligros que entrañaría en nuestro tiempo el amor al vestido, y nos envió la consiguiente amonestación.
¿Le prestaremos atención y seremos sabios? La extravagancia en el vestir aumenta continuamente.
Testimonies for the church ,tomo 4 , págs. 628 647 (1875)
Y no se a llegado aún al fin. La moda cambia a cada momento, y nuestras hermanas la siguen, sin reparar en el gasto de tiempo y dinero. Se gastan en vestido muchos recursos que debieran ser devueltos a Dios, el Dador de ellos.
Los vestidos a la moda son una piedra de tropiezo
Los vestidos sencillos y limpios de las damas que pertenecen a la clase más humilde, con frecuencia aparecen en marcado contraste con el atavío de sus hermanas más ricas; y esta diferencia suele causar un sentimiento de vergüenza en las más pobres. Algunas tratan de imitar a sus hermanas más adineradas adornando en forma extravagante, colocando volantes fruncidos y decorando prendas de vestir de inferior calidad, con el fin de acercarse lo más posible a ellas en su manera de vestir. Pobres muchachas que reciben tan sólo dos dólares semanales por su trabajo, * que gastarán hasta el último centavo para vestirse como las demás que no están obligadas a ganarse la vida. Estas jovencitas no tienen nada para colocar en la tesorería del Señor. Y pasan tanto tiempo ocupadas en hacer sus vestidos tan a la moda como los de sus hermanas, que no les queda ningún momento para cultivar la mente, para el estudio de la Palabra de Dios, para la oración secreta o para la reunión de oración. Sus mentes se encuentran totalmente dedicadas a trazar planes para verse tan bien como sus hermanas. Sacrifican la salud física, mental y moral para alcanzar ese objetivo. Colocan la felicidad y el favor de Dios sobre el altar de la moda.
Muchas no asisten a los servicios de Dios los sábados, porque sus vestidos contrastarían con los de sus hermanas cristianas en estilo y adorno. ¿Quisieran mis hermanas considerar estas cosas como realmente son, y comprender plenamente el peso de su influencia sobre los demás? Al transitar por una senda prohibida, Llevan a otros por el mismo camino de desobediencia y apostasía. La sencillez cristiana se sacrifica a la ostentación. Hermanas mías, ¿como podemos cambiar todo esto? ¿Como podemos recuperarnos de la trampa de Satanás y romper las cuerdas que nos han atado a la esclavitud de la moda'? ¿Como podemos recuperar nuestras oportunidades despreciadas? ¿Cómo podemos dedicar nuestras facultades a la acción saludable y vigorosa? Hay una sola forma de hacerlo, y es convertir la Biblia en la regla para nuestra vida. . .
Muchos se visten como el mundo, a fin de ejercer influencia sobre los incrédulos; pero en esto cometen un triste error. Si quieren ejercer una influencia verdadera y salvadora, vivan de acuerdo con su profesión de fe, manifiéstenla por sus obras justas, y hagan clara la distinción que hay entre el cristiano y el mundo. Sus palabras, su indumentaria y sus acciones deben hablar en favor de Dios. Entonces ejercerán una influencia santa sobre todos los que los rodeen, y aun los incrédulos conocerán que han estado con Jesús. Si alguno quiere que su influencia se ejerza en favor de la verdad, viva de acuerdo con lo que profesa e imite así al humilde Modelo.
El orgullo, la ignorancia y la insensatez son compañeros constantes. Al Señor le desagrada el orgullo manifestado entre su pueblo profeso. Le deshonra su conformidad con las modas malsanas, inmodestas y costosas de esta época degenerada. . .
La reforma en la manera de vestir
La reforma en la manera de vestir se introdujo entre nosotros con el fin de proteger al pueblo de Dios de la influencia corruptora del mundo, como también para promover la salud física y moral. No tenía el propósito de ser un yugo esclavizador sino una bendición, ni de aumentar el trabajo sino de disminuirlo, tampoco de añadir al costo de la vestimenta sino de ahorrar en el gasto. Distinguiría del mundo al pueblo de Dios y así serviría como barrera contra sus modas y locuras. El que conoce el fin desde el principio, que comprende nuestra naturaleza y nuestras obras -nuestro compasivo Redentor-, vio nuestros peligros y dificultades y condescendió a darnos advertencias e instrucciones oportunas concernientes a nuestros hábitos de vida, aun en la selección debida de los alimentos y la vestimenta.
Satanás está constantemente inventando algún nuevo estilo de ropa que resulte perjudicial para la salud física y moral; y se regocija cuando ve a los cristianos que aceptan ansiosamente las modas que ha inventado. No es posible estimar la cantidad de sufrimiento físico creado por la manera de vestir antinatural y malsana. Muchos se han convertido en inválidos para toda la vida por su satisfacción de las exigencias de la moda.
Entre estas modas perjudiciales se encontraban los grandes aros metálicos de los vestidos, que con frecuencia exponían en forma indecente a las mujeres que los usaban. En contraste con esto se presentó un vestido pulcro, modesto y decoroso, sin aros metálicos ni faldas que arrastran por el suelo, y que abrigaba adecuadamente los miembros inferiores. Pero la reforma en la manera de vestir abarcaba más que acortar los vestidos y abrigar las piernas. Incluía todas las prendas de vestir. Aliviaba el peso de las caderas al suspender las faldas de los hombros. Eliminaba los estrechos corsés que comprimían los pulmones, el estómago y otros órganos interiores e inducían una curvatura en la columna y una gran cantidad de enfermedades. La debida reforma de la manera de vestir hacía provisión para el desarrollo y la protección de todas las partes del cuerpo *. . .
Nuestra manera de vestir es un testimonio
Más de un alma que estaba convencida de la verdad se ha visto inducida a decidirse contra ella por el orgullo y el amor al mundo que manifestaron nuestras hermanas. La doctrina que se predicaba parecía clara y armoniosa, y las oyentes sentían que debían tomar una pesada cruz al aceptar la verdad. Cuando vieron a nuestras hermanas haciendo tanta ostentación en el vestir, dijeron: "Estas personas se visten tan vistosamente como nosotras. No pueden creer realmente lo que profesan; y al fin y al cabo deben estar equivocadas. Si realmente pensaran que Cristo va a venir pronto, y el caso de cada alma debe decidirse para la vida o para la muerte eterna, no dedicarían su tiempo y su dinero a vestirse de acuerdo con las modas existentes". ¡Cuán poco sabían del sermón que estaban predicando sus vestidos, estas hermanas que profesaban tener fe!
Nuestras palabras, nuestras acciones y nuestra indumentaria predican diariamente y en forma vívida, y juntan para Cristo o dispersan. Esto no es un asunto trivial, que se ha de dejar a un lado con una broma. El tema de la indumentaria exige seria reflexión y mucha oración. . .
De ninguna manera quisiéramos estimular la negligencia en el vestir. Que el atavío sea apropiado y decoroso. Aunque se lo confeccione con una tela de algodón de pocos pesos el metro, debe mantenérselo aseado y limpio. Si no hay frunces, la persona que lo ha de llevar no sólo puede ahorrarse algo haciendo el vestido ella misma, sino que puede economizar pequeñas sumas al lavarlo y plancharlo por sí misma. Las familias se imponen pesadas cargas al vestir a sus hijos de acuerdo con la moda. ¡Qué despilfarro de tiempo! Los pequeñuelos tendrían muy buen aspecto con un vestido sin frunces ni adornos, pero que esté ordenado y limpio. Es tan fácil lavar y planchar un vestido tal, que este trabajo no se siente como una carga. . .
Los niños sometidos a la moda
Pero el mayor de los males es la influencia que se ejerce sobre los niños y los jóvenes. Casi tan pronto como vienen al mundo, están sujetos a las exigencias de la moda. Los niñitos oyen hablar más del vestido que de su salvación. Ven a sus madres consultando con más fervor los figurines de modas que la Biblia. Hacen más visitas a la tienda y a la modista que a la iglesia. La ostentación exterior recibe mayor consideración que el adorno del carácter. Si se ensucian los lindos vestidos, ello arranca vivas reprimendas y los ánimos se vuelven irritables bajo la continua restricción.
Un carácter deformado no molesta tanto a la madre como un vestido sucio. El niño oye hablar más de los vestidos que de la virtud; porque la madre está más familiarizada con la moda que con el Salvador. Con frecuencia, su ejemplo rodea a los jóvenes con una atmósfera venenosa. El vicio, disfrazado con el atavío de la moda, se introduce entre los niños.
La sencillez en el vestir hará que una mujer sensata tenga la apariencia más ventajosa para ella. Juzgamos el carácter de una persona por el estilo del vestido que lleva. El atavío vistoso indica vanidad y debilidad. Una mujer modesta y piadosa se vestirá modestamente. Un gusto refinado y una mente culta se revelarán en la elección de atavíos sencillos y apropiados.
El adorno imperecedero
Hay un adorno que no perecerá nunca, que promoverá la felicidad de todos los que nos rodean en esta vida y resplandecerá con lustre inmarcesible en el futuro inmortal. Es el adorno de un espíritu manso y humilde. Dios nos ha ordenado llevar sobre el alma el atavío más rico. Cada mirada que echan al espejo debiera recordar a las adoradoras de la moda el alma que descuidan. Cada hora malgastada en el atavío les merece una reprensión por dejar inculto el intelecto. Podría haber entonces una reforma que elevaría y ennoblecería todos los fines y propósitos de la vida. En vez de procurar adornos de oro para la vista, se haría un esfuerzo ferviente para obtener la sabiduría que es de más valor que el oro fino; sí, que es más preciosa que los rubíes. . .
Efecto de la manera de vestir sobre la moralidad *
El amor al vestido hace peligrar la moralidad, y hace de la mujer lo contrario de una dama cristiana, caracterizada por la modestia y la sobriedad. Los vestidos llamativos y extravagantes con frecuencia estimulan la concupiscencia en el corazón de quienes los usan y despiertan pasiones bajas en la mente de quienes los contemplan. Dios ve que la ruina del carácter con frecuencia está precedida por la complacencia del egoísmo y la vanidad en el vestir. Ve que la ropa costosa ahoga el deseo de hacer el bien.
Cuanto más dinero la gente gasta en ropa, tanto menos tiene para alimentar a los hambrientos y vestir a los desnudos; y así se secan las fuentes de la beneficencia que debieran fluir constantemente. Cada dólar que se ahorra por el renunciamiento personal a los adornos inútiles, puede darse a los necesitados, o bien puede colocarse en la tesorería del Señor para sustentar el Evangelio, para enviar misioneros a países extranjeros, para multiplicar las publicaciones a fin de enviar rayos de luz a las almas que se encuentran en las tinieblas del error. Cada peso utilizado innecesariamente priva al que lo gasta de una preciosa oportunidad de hacer el bien. . .
Cuando colocáis sobre vuestra persona una prenda de vestir inútil o extravagante, estáis reteniendo lo que corresponde al desnudo. Cuando llenáis vuestras mesas con una variedad innecesaria de alimentos costosos, estáis descuidando de alimentar a los hambrientos. ¿Qué clase de registro hay de vosotros, profesos cristianos? Os ruego que no malgastéis en complacencias necias y perjudiciales lo que Dios requiere en su tesorería, ni la porción que debiera darse a los pobres. No nos vistamos con ropa costosa, sino con buenas obras, como mujeres que profesan santidad. Que los gemidos de la viuda y el huérfano no suban al cielo como testimonio contra nosotros. Que la sangre de las almas no se encuentre en nuestros vestidos. Que el precioso tiempo de prueba no se malgaste en la complacencia del orgullo del corazón. ¿Acaso no hay pobres que deban visitarse? ¿Acaso no hay ojos que no ven, para los cuales podáis leer la Palabra de Dios? ¿Acaso no hay desvalidos y desanimados que necesitan vuestras palabras de consuelo y oraciones?. . .
No juguéis más, hermanas mías, con vuestras propias almas y con Dios. Se me ha mostrado que la causa principal de vuestra apostasía es vuestro amor por el vestido. Os induce a descuidar graves responsabilidades, y tenéis apenas una chispa del amor de Dios en vuestro corazón. Sin demora, renunciad a la causa de vuestra apostasía, porque es un pecado contra vuestra propia alma y contra Dios. No os endurezcáis por el engaño del pecado.
La gente nos considera un pueblo peculiar. Nuestra posición y fe nos distingue del resto de las denominaciones. Si en la vida y el carácter no somos mejores que el mundo, nos señalarán con escarnio y dirán: "Estos son adventistas". Aquí tenemos un ejemplo de lo que son los que guardan el sábado en lugar del domingo". El estigma que podría lanzarse justamente contra esa clase de religiosos, se extiende a todos los que observan el sábado concienzudamente. ¡Cuánto mejor sería que esa clase de gente no pretendiera obedecer la verdad! Testimonies for the Church, tomo 5, pág. 138 (1882).
Extremos en el vestir *
Como pueblo, no creemos que sea nuestro deber salir del mundo para escapar de la moda. Si tenemos una manera de vestir ordenada, sencilla, modesta y cómoda, y la gente del mundo elige vestirse como nosotros, ¿cambiaríamos nuestro modo de vestir para ser diferentes del mundo? No. No debemos ser raros o singulares en nuestra vestimenta para diferenciarnos del mundo, porque nos despreciarían si lo hiciéramos. Los cristianos son la luz del mundo, la sal de la tierra. Su vestimenta debiera ser ordenada y modesta, su conversación casta y celestial, y su comportamiento sin tacha.
¿Cómo debemos vestirnos? Si algunas damas usaban vestidos muy acolchados antes de la introducción de vestidos con aros metálicos, nada más que con fines de exhibición, pecaban contra sí mismas al perjudicar su salud, la cual era su deber preservar. Si hay quienes los usan ahora nada más que para imitar los vestidos con aros, cometen pecado, porque están procurando imitar una moda lamentable. Antes de la introducción de los vestidos con aros metálicos se utilizaban faldas con nervadura o cordoncillos. Yo usé faldas con nervaduras livianas desde la edad de catorce años, no con fines de exhibición sino por comodidad y decencia. Cuando se introdujeron los vestidos con aros, no abandoné mis faldas con nervaduras. ¿Tendré que descartarlas ahora, porque se han introducido los vestidos con aros metálicos? No, porque eso sería llevar las cosas a un extremo.
Siempre tengo que recordar que debo ser un ejemplo, y por lo tanto no debo seguir las modas, sino un curso independiente, sin incurrir en extremos en lo que concierne a la manera de vestir. Desechar mis faldas con nervaduras, que siempre han sido modestas y cómodas, para ponerme en cambio una falda liviana de algodón, con lo cual me pondría en ridículo en el extremo opuesto, estaría mal, porque entonces no establecería el ejemplo correcto, sino que pondría un argumento en boca de las que usan vestidos con aros. Para justificarse por usar esos vestidos, me señalarían a mí como alguien que no los usa, y dirían que no se pondrían en desgracia en la misma forma. Al incurrir en tales extremos destruiríamos toda la influencia que de otro modo podríamos tener, e induciríamos a las que usan vestidos con aros a justificar su proceder. Debemos vestir modestamente, sin dar la menor consideración a la moda de los vestidos con aros.
En estas cosas existe una posición que se encuentra entre los dos extremos. Ojalá que todos encontráramos esa posición y la observáramos. En este tiempo solemne, todas escudriñemos nuestros corazones, arrepintámonos de nuestros pecados y humillémonos delante de Dios. La obra es entre Dios y nuestras propias almas. Es una obra individual, y todos tendremos suficiente que hacer sin criticar la manera de vestir, las acciones y los motivos de sus hermanos y hermanas. "Buscad a Jehová todos los humildes de la tierra, los que pusisteis por obra su juicio; buscad justicia, buscad mansedumbre; quizás seréis guardados en el día del enojo de Jehová" (Sofonías 2: 3). Esta es nuestra obra. Este pasaje no se dirige a los pecadores, sino a todos los humildes de la tierra, que han obrado los juicios de Dios y han guardado sus mandamientos. Hay una tarea para cada uno, y si todos obedecemos veremos una dulce unión en las filas de los observadores del sábado.
Vestidos inmodestos
No creemos que esté de acuerdo con nuestra fe vestirse a la moda norteamericana, llevar vestido con aros metálicos o incurrir en extremos al llevar vestidos largos que barren las veredas y las calles. Si las mujeres usan vestidos cuyo extremo quede de tres a cinco centímetros del suelo, para no tocar la suciedad, estos serán modestos y podrán mantenerse limpios con más facilidad que si fueran excesivamente largos. Esa clase de vestidos estarían de acuerdo con nuestra fe. Testimonies for the Church, tomo 1, pág. 424 (1864).
Los padres como reformadores *
La obra de temperancia debe comenzar en nuestras familias, en nuestras mesas. Las madres tienen una obra importante que hacer para dar al mundo, por medio de la disciplina y la educación, hijos que sean capaces de llenar casi cualquier posición y que puedan también honrar los deberes de la vida doméstica y disfrutar de ellos.
La obra de la madre es muy importante y sagrada. Debiera enseñar a sus hijos, desde la cuna, a practicar hábitos de renunciamiento y autocontrol. Si ocupa Su tiempo mayormente con las necedades de esta época degenerada, si la vestimenta y la fiesta insumen su tiempo precioso, sus hijos dejarán de recibir la educación indispensable para formar caracteres correctos. Las preocupaciones de la madre cristiana no debieran referirse solamente a las cosas externas, sino también debieran buscar que sus hijos tengan constituciones saludables y buenas costumbres morales.
Muchas madres que deploran la intemperancia que existe en todas partes, no miran bien adentro para ver la causa. Preparan diariamente una variedad de platos y de comida muy condimentada, que tientan el apetito y estimulan el comer en exceso. Las mesas de nuestra gente norteamericana en general se preparan en una forma que crea borrachos. El apetito es la regla principal de un numeroso grupo de personas. Los que para complacer el apetito comen con demasiada frecuencia, y alimentos que no son sanos, están debilitando su capacidad para resistir las insistencias del apetito y de la pasión en otros sentidos, proporcionalmente a la forma como han fortalecido las tendencias a los hábitos incorrectos en el comer. Las madres necesitan ser impresionadas con su obligación ante Dios y el mundo de proporcionar a la sociedad hijos con caracteres bien desarrollados. Los hombres y las mujeres que entran en acción en la vida con principios firmes estarán en condiciones de mantenerse sin contaminación en medio de la decadencia moral de esta época corrompida. Es el deber de las madres aprovechar sus oportunidades doradas de educar correctamente a sus hijos para que sean útiles y cumplan bien el deber. . .
Dónde comienza la intemperancia
Repetimos que la intemperancia comienza en nuestras mesas. El apetito se complace hasta que ese proceder se convierte en una segunda naturaleza. El uso de té y café forma el apetito por el tabaco, y esto estimula el apetito por los licores.
Muchos padres, para evitar la tarea de educar pacientemente a sus hijos a fin de que adquieran hábitos de renunciamiento, y de enseñarles a emplear correctamente las bendiciones de Dios, los complacen en la comida y la bebida toda vez que esto les agrada. El apetito y la complacencia egoísta, a menos que se restrinjan en forma positiva, aumentan y se fortalecen a medida que se los complace. Cuando estos hijos comienzan a vivir independientemente de sus padres y ocupan su lugar en la sociedad, carecen de poder para resistir a la tentación. La impureza moral y la iniquidad desvergonzada abundan en todas partes. La tentación a complacer el apetito y a gratificar las inclinaciones no ha disminuido con el paso de los años, y los jóvenes en general son gobernados por los impulsos y son esclavos del apetito. En los glotones, los adictos al tabaco, los bebedores y los borrachos, vemos los resultados malignos de una educación defectuosa.
Cuando oímos los tristes lamentos de hombres y mujeres cristianos por los terribles males de la intemperancia, de inmediato surgen en la mente estas preguntas: ¿Quiénes educaron a los jóvenes y pusieron su sello en el carácter? ¿Quiénes han estimulado en ellos los apetitos que han adquirido?..
Vi que Satanás, mediante sus tentaciones, está instituyendo modas que cambian continuamente, fiestas atractivas y diversiones, para que las madres sean inducidas a dedicar el tiempo de prueba que Dios les ha concedido a asuntos frívolos, de modo que tengan escasas oportunidades de educar debidamente a sus hijos. Nuestros niños necesitan madres que les enseñen desde la cuna a controlar la pasión, a negar el apetito y a vencer el egoísmo. Necesitan que se los eduque línea sobre línea, precepto sobre precepto, un poquito aquí y otro poquito allá.
Se dio instrucción a los hebreos acerca de la forma de enseñar a sus hijos a evitar la idolatría y la maldad de las naciones paganas: "Por tanto, pondréis éstas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes" (Deuteronomio 11: 18-19). . .
La responsabilidad de la madre
Nos dirigimos a las madres cristianas. Deseamos que sintáis vuestra responsabilidad como madres, y que no viváis para complaceros a vosotras mismas, sino para glorificar a Dios... La mujer debe llenar una posición más sagrada y elevada en la familia que el rey en su trono. Su gran obra consiste en hacer que su vida sea un ejemplo viviente que desee que sus hijos copien. Tanto por precepto como por ejemplo, debe almacenar en sus mentes conocimientos útiles y conducirlos a realizar actos de abnegación en favor de los demás. El gran estímulo para la madre ocupada y recargada debe ser que cada hijo que ha sido entrenado correctamente y que tiene el adorno interior, el ornamento de un espíritu humilde y tranquilo, estará preparado para el cielo y brillará en las cortes del Señor. . .
Si los niños y los jóvenes fueran entrenados y educados para tener hábitos de abnegación y autocontrol, si se les enseñara que deben comer para vivir, en lugar de vivir para comer, habría menos enfermedades y menos contaminación moral. Habría poca necesidad de organizar cruzadas de temperancia... si se pudieran implantar principios correctos acerca de la temperancia en los jóvenes que forman y constituyen la sociedad. Entonces tendrían dignidad moral e integridad moral para resistir, con la fortaleza de Jesús, la contaminación de estos últimos días.
La temperancia en el hogar *
Es un asunto muy difícil desaprender los hábitos que se han complacido durante toda la vida y que han educado el apetito. El demonio de la intemperancia no se vence fácilmente. Tiene una enorme fuerza y es difícil de dominar. Espero que los padres comiencen una cruzada contra la intemperancia en sus propios hogares, con sus propias familias, en los principios que enseñan a sus hijos a seguir desde su misma infancia, y entonces pueden esperar tener éxito. Os recompensará, madres, utilizar las preciosas horas que Dios os da en la formación, el desarrollo y el entrenamiento de los caracteres de vuestros hijos, y en enseñarles a adherirse estrictamente a los principios de temperancia en el comer y el beber.
Puede ser que los padres hayan transmitido a sus hijos tendencias hacia el apetito y la pasión, que tornarán más difícil la obra de educarlos y entrenarlos para que sean estrictamente temperantes y para que posean hábitos puros y virtuosos. Si el apetito por alimentos perjudiciales y estimulantes y por los narcóticos les ha sido transmitido por legado de sus padres, ¡qué responsabilidad solemne descansa sobre los padres para contrarrestar las tendencias malas que ellos mismos han puesto en sus hijos! ¡Con cuánto fervor y diligencia debieran los padres trabajar para cumplir su deber con fe y esperanza, a fin de ayudar a sus hijos desafortunados!
Los padres debieran convertir en su primera responsabilidad la comprensión de las leyes de la salud y la vida, para no hacer nada en la preparación de los alimentos o por medio de otros hábitos, que desarrolle tendencias equivocadas en sus hijos. Las madres debieran estudiar cuidadosamente la forma de preparar sus mesas con los alimentos más sencillos y saludables, para que los órganos digestivos no se debiliten, para que no se desequilibren las fuerzas nerviosas, y la instrucción que debieran dar a sus hijos no sea contrarrestada con los alimentos que colocan ante ellos. Este alimento debilita o fortalece el estómago, y tiene mucho que ver en el control de la salud física y moral de los hijos... Los que complacen el apetito de sus hijos y no controlan sus pasiones. verán el error terrible que han cometido al usar tabaco, al beber alcohol como esclavos, cuyos sentidos han sido anublados y cuyos labios profieren falsedades y profanidades.
Cuando los padres y los niños se enfrenten en el arreglo final de cuentas, ¡qué escenas se presentarán! Miles de niños que han sido esclavos del apetito y el vicio rebajante, cuyas vidas han naufragado moralmente, se pondrán cara a cara con sus padres que hicieron de ellos lo que son. ¿Quiénes, sino los padres, tendrán que llevar esta terrible responsabilidad? EGW CSS