martes, 3 de enero de 2012

SECCIÓN II. ELEMENTOS ESENCIALES DE LA SALUD. 11. “Una Higiene Escrupulosa”


*UNA HIGIENE ESCRUPULOSA*
Cuando se presenta una enfermedad grave en la familia, es esencial que cada miembro vele estrictamente por su propia limpieza y por su alimentación, con el fin de mantenerse en una condición física saludable, y fortalecerse así contra la enfermedad. También es de suma importancia que el cuarto del enfermo se mantenga bien ventilado desde el mismo comienzo. El hacerlo es de gran beneficio para el enfermo y de importancia capital para quienes se vean 61 obligados a permanecer un tiempo en el cuarto del paciente para cuidarlo. . .

Se ahorraría mucho sufrimiento si todos colaboraran para evitar la enfermedad, obedeciendo estrictamente las leyes de la salud. Se deben observar escrupulosamente los principios de higiene. Hay muchos que, aunque están sanos, no se preocupan por mantenerse siempre saludables. Descuidan su limpieza personal y no se ocupan del aseo de su indumentaria. A través de los poros el cuerpo absorbe constantemente las impurezas, en forma imperceptible, y si la superficie de la piel no se mantiene en condiciones saludables, el sistema se verá recargado de suciedad. Si la ropa que se usa no se lava a menudo ni se ventila al aire, ésta se mantiene sucia con las impurezas que el cuerpo despide mediante la traspiración. Y si las ropas no se limpian frecuentemente de esas impurezas, los poros vuelven a absorber los desperdicios que ya había desechado. Si no eliminamos estas impurezas del cuerpo, se volverán a introducir en la sangre, de donde su presencia será forzada sobre los órganos internos. La naturaleza, para despojarse de estas impurezas dañinas, hace un gran esfuerzo para liberar al sistema. Este esfuerzo produce fiebre y termina más tarde en una enfermedad. Pero aun entonces, si las personas que se hallan enfermas colaboran con la naturaleza, usando agua pura podrían evitar muchos sufrimientos. Sin embargo, en vez de tratar de eliminar los venenos del sistema, muchos introducen en él otros venenos peores en su afán por acabar con el que está adentro.

Si cada familia se diera cuenta de los beneficios que se derivan de observar una limpieza estricta, realizarían esfuerzos denodados para quitar cada impureza tanto de su cuerpo como de su casa, y harían extensivos sus esfuerzos aun a sus alrededores. Mucha gente permite que en los patios de sus casas haya restos de vegetales en descomposición. Estas personas desconocen lo perjudiciales que 62 son estas inmundicias. Estas sustancias en descomposición despiden constantemente olores que envenenan el aire. Y cuando se respira el aire impuro, la sangre se envenena, se afectan los pulmones, y todo el sistema se enferma. Un sinnúmero de enfermedades se pueden producir al respirar esa atmósfera afectada por materias en descomposición.


Hay familias que se han enfermado y han muerto algunos de sus miembros; y los sobrevivientes han murmurado contra su Hacedor por causa de sus aflicciones, sin darse cuenta que ellos mismos habían sido los responsables de sus enfermedades y muertes a causa de sus propios descuidos. Las impurezas de sus propios ambientes han acarreado sobre ellos las enfermedades contagiosas y demás aflicciones que los han inducido hasta a culpar a Dios. Toda familia que valora la salud debe limpiar sus casas y sus alrededores y mantenerlos libres de toda clase de substancias en descomposición.

Dios le ordenó al pueblo de Israel que nunca permitiera en el campamento a personas impuras ni con vestidos sucios. Los que mostraban alguna impureza personal eran echados del campamento hasta la tarde, y se les exigía que se limpiaran y que lavaran sus ropas antes de entrar de nuevo en él. Dios también les ordenó que mantuvieran sus terrenos libres de inmundicias, hasta una gran distancia del campamento, porque el Señor pasaría por el campo, no fuera que viera alguna basura.

En asuntos de limpieza, Dios no requiere menos de nosotros ahora, de lo que requirió del antiguo Israel. El descuido de la limpieza acarreará enfermedad. La enfermedad y la muerte prematura no llegan sin causa. Fiebres persistentes y enfermedades contagiosas prevalecen en algunos vecindarios y aldeas que antes se consideraban saludables; algunos han muerto y otros han quedado inválidos para toda la vida. En muchos casos el agente de la destrucción se encontraba en los propios patios de las casas, de donde surgía 63 el veneno mortal que contaminaba la atmósfera y más tarde era respirado por las familias y por el mismo vecindario. La negligencia y la suciedad que se observan a veces son detestables; y es asombrosa la ignorancia de las consecuencias de estas cosas nocivas sobre la salud. Los lugares así contaminados deben ser desinfectados con cal o cenizas, especialmente durante el verano, o mediante el entierro diario de la basura.

La Comida Sencilla
Para poder ofrecerle a Dios un servicio perfecto, usted debe tener un concepto claro de sus requerimientos. Debería usar el alimento más sencillo, preparado en la forma más simple, de manera que no se debiliten los delicados nervios del cerebro, ni se entorpezcan ni se paralicen, incapacitándolo para discernir las cosas sagradas, o considerar la expiación, la sangre purificadora de Cristo como algo inestimable.

Los hábitos físicos y la salud espiritual
Se presenta el carácter de Daniel al mundo como un ejemplo poderoso de lo que la gracia divina puede hacer en favor de los hombres caídos por naturaleza y corrompidos por el pecado. La historia de esta vida noble y abnegada constituye un estímulo animador para la humanidad entera. De esta experiencia podemos adquirir fuerza para resistir con hidalguía la tentación, y mantenernos con firmeza y humildad de parte de la justicia ante las pruebas más severas.

La experiencia de Daniel *
Daniel habría podido encontrar fácilmente una excusa  para abandonar sus hábitos de estricta temperancia; pero la aprobación divina era de más valor para él que el favor del más poderoso potentado de la tierra; en efecto, le eran más caros que la vida misma. Después que su cortesía le había ganado el favor de Melsar, el oficial encargado de los jóvenes hebreos, Daniel le pidió que le permitiera abstenerse de comer las viandas reales y de beber el vino de la corte. Melsar temía que al satisfacer la demanda de Daniel el rey se disgustara y de ese modo pusiera en peligro su vida misma. Igual que muchos en la actualidad, Melsar temía que una dieta abstemia debilitaría a los jóvenes, que sus fuerzas musculares decaerían y ofrecerían una apariencia pálida y enfermiza, mientras que las comidas suntuosas de la mesa real los harían fuertes y hermosos, y les proporcionarían una energía física superior.

Daniel le suplicó que los probara durante diez días, permitiendo a los jóvenes hebreos tomar alimentos simples en ese lapso mientras sus compañeros participaban de las exquisitas comidas reales. Finalmente la petición fue concedida, y Daniel estuvo seguro de haber ganado la victoria. A pesar de su juventud, conocía los efectos nocivos que el vino y las comidas extravagantes producen sobre la salud física y mental.

Pero al final de los diez días los resultados fueron completamente opuestos a lo que Melsar esperaba. El cambio observado en los jóvenes que habían sido temperantes no se vio sólo en su apariencia personal, sino también en su actividad física y vigor mental, porque superaban en todo sentido a sus demás compañeros que habían complacido las demandas de sus apetitos. Como resultado de esta prueba, Daniel y sus compañeros pudieron continuar con una alimentación sencilla durante todo el curso de su entrenamiento en los deberes del reino.

El Señor miró con buenos ojos la firmeza y el dominio propio de los jóvenes hebreos, y los bendijo. "A estos  cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños. Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías. Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino" (Daniel 1: 17, 19, 20).
Aquí hay una lección para todos, pero especialmente para los jóvenes. El cumplimiento fiel de los requerimientos divinos beneficia la salud física y mental. Se tiene que buscar primeramente la sabiduría y la fuerza de Dios si se ha de alcanzar la más alta norma moral e intelectual; y además, se necesita observar una estricta temperancia en todos los hábitos de la vida. La experiencia de Daniel y sus compañeros constituye un ejemplo del triunfo de los principios sobre la tentación a la indulgencia del apetito. Demuestra que los jóvenes pueden vencer mediante la observancia de los principios religiosos, todas las propensiones carnales y mantenerse fieles a los requerimientos divinos, aunque esto demande un gran sacrificio.

¿Qué habría sucedido si Daniel y sus compañeros se hubieran sometido a las exigencias de los oficiales paganos y, bajo la presión del momento, hubieran comido y bebido como los babilonios? Esa sola transigencia con el mal habría debilitado su capacidad de percibir el bien y de aborrecer el mal. La satisfacción del apetito habría significado el debilitamiento del vigor físico y la pérdida de claridad intelectual y poder espiritual. Un paso equivocado los podría haber conducido a otros, hasta que se cortara la conexión con el cielo y los arrastrara la corriente de la tentación. . .
La vida de Daniel constituye una ilustración sagrada de lo que significa un carácter santificado. El concepto bíblico de la santificación tiene que ver con el hombre completo. . . Es  imposible disfrutar de las bendiciones de la santificación cuando una persona es egoísta y glotona. Algunos gimen bajo el peso de las enfermedades a consecuencia de los malos hábitos en el comer y el beber, los cuales hacen violencia a las leyes de la vida y la salud. Muchos debilitan sus órganos digestivos porque se dejan llevar por apetitos pervertidos. El poder de la constitución humana para resistir los abusos que se cometen contra el organismos es maravilloso: pero la persistencia de los hábitos equivocados en la comida y la bebida debilitan todas las funciones del cuerpo. Tratemos de que estas personas débiles consideren cómo habrían podido ser si hubieran vivido en forma temperante, promoviendo una buena salud en vez de abusar de ella. Aun los cristianos profesos estorban la obra de la naturaleza al gratificar sus apetitos y pasiones pervertidos, menoscabando de ese modo sus fuerzas físicas, mentales y morales. Algunos que cometen estos errores pretenden haber sido santificados por el Señor, pero tal pretensión carece de fundamento. . .

La santificación es un principio viviente
Consideremos la apelación que el apóstol Pablo hace a sus hermanos, por las misericordias de Dios, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios... La santificación no es una mera teoría, una emoción, ni un conjunto de palabras, sino un principio viviente y activo, que se compenetra de la vida de cada día. La santificación requiere que los hábitos referentes a la comida, la bebida y la indumentaria sean de tal naturaleza que preserven la salud física, mental y moral, de modo que podamos presentar nuestros cuerpos al Señor ­no como una ofrenda corrompida por los malos hábitos­ sino como "un sacrificio vivo, santo, y agradable a Dios" (Romanos 12: 1).
Que nadie que profesa piedad considere con indiferencia la salud del cuerpo haciéndose la ilusión de que la intemperancia  no es pecado ni afectará su espiritualidad. Existe una relación estrecha entre la naturaleza física y la moral. Los hábitos físicos elevan o rebajan la norma de la virtud. El consumo excesivo de los mejores alimentos producirá una condición mórbida de los sentimientos morales. Y si esos alimentos no son de los más saludables, los efectos son todavía más detrimentales. Cualquier hábito que no promueva la salud del cuerpo humano, degrada las facultades elevadas y nobles del individuo. Los hábitos equivocados de comer y beber conducen a la comisión de errores de pensamiento y acción. La complacencia de los apetitos fortalece los instintos animales, dándoles la supremacía sobre las facultades mentales y espirituales.

"Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma" (1 Pedro 2: 11), es el consejo del apóstol Pedro. Pero muchos consideran que esta amonestación se refiere sólo a los licenciosos. sin darse cuenta de su significado más extenso. Estas palabras pueden proteger al cristiano contra la gratificación de cada apetito dañino y cada pasión. Es una advertencia muy enérgica contra el uso de estimulantes y narcóticos, tales como té, café, tabaco, alcohol y morfina. La complacencia de estos apetitos bien puede catalogarse entre las prácticas que ejercen una influencia perniciosa sobre el carácter moral del individuo. Mientras más temprano se formen estos hábitos perjudiciales, más firmemente esclavizarán a sus víctimas en el vicio, y más seguramente les harán rebajar las normas de la espiritualidad.

Las enseñanzas bíblicas causarán sólo una impresión débil en aquellos cuyas facultades se hallen entorpecidas por la indulgencia del apetito. Hay miles que prefieren sacrificar no sólo la salud, sino la vida misma y aun su esperanza de alcanzar el cielo, antes que declarar la guerra contra sus apetitos pervertidos. Una dama, que por muchos años pretendía estar santificada, dijo que si tuviera que  escoger entre su pipa y el cielo, diría: "Adiós cielo; no puedo vencer la afición que le tengo a mi pipa". Este ídolo estaba entronizado de tal manera en su alma que dejaba un lugar secundario a Jesús. ¡Sin embargo esta dama pretendía pertenecer totalmente al Señor!

Los que son verdaderamente santificados, no importa dónde se encuentren, mantendrán altas normas de moralidad al practicar hábitos físicos correctos y, como Daniel, constituirán un ejemplo de temperancia y autocontrol para los demás. Todo apetito depravado se convierte en una pasión descontrolada. Toda acción contraria a las leyes de la naturaleza crea en el alma una condición enfermiza. La complacencia de los apetitos causa problemas digestivos, entorpece el funcionamiento del hígado y anubla el cerebro; de este modo pervierte la disposición y el espíritu del hombre. Y estas facultades debilitadas se ofrecen a Dios, quien rehusó aceptar las víctimas para el sacrificio a menos que fueran sin tacha. Tenemos la obligación de mantener nuestros apetitos y hábitos de vida en conformidad con las leyes de la naturaleza. Si los cuerpos que se ofrecen hoy sobre el altar de Cristo fueran examinados con el mismo cuidado con que se examinaban los sacrificios judíos, ¿quién sería aceptado con nuestros hábitos de vida actuales?
Con cuánto cuidado deberían los cristianos controlar sus hábitos con el fin de preservar todo el vigor de cada facultad para dedicarla al servicio de Cristo. Si hemos de alcanzar la santificación del alma, cuerpo y espíritu, debemos vivir en conformidad con la ley divina. El corazón no puede mantenerse consagrado a Dios mientras se complacen los apetitos y las pasiones en detrimento de la salud y la vida misma. . .

Las amonestaciones inspiradas del apóstol Pablo contra la complacencia propia continúan siendo válidas hasta nuestros tiempos. Para animarnos nos habla de la libertad que disfrutan los verdaderamente santificados. "Ahora, pues,  ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu' (Romanos 8: 1). A los gálatas los exhorta: 'Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne' (Gálatas 5: 16-17). Además indica algunas formas de pasiones carnales, tales como la idolatría y la borrachera. Después de mencionar los frutos del Espíritu, entre los cuales se halla la temperancia, añade: "Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos" (vers. 24).
Muchos profesos cristianos asegurarían hoy que Daniel fue demasiado exigente y lo tacharían de estrecho y fanático. Consideran de poca monta la cuestión de la comida y la bebida, como para requerir una actitud tan decidida y que pudiera involucrar el sacrificio de toda ventaja terrenal. Pero los que razonan de esta manera se darán cuenta en el día del juicio que se habían alejado de los expresos requerimientos divinos y habían establecido su propio juicio como norma de lo bueno y lo malo. Entonces comprenderán que lo que para ellos parecía sin importancia, era de suma importancia ante los ojos de Dios. Las demandas de Dios se deben obedecer religiosamente. Los que aceptan y obedecen uno de los preceptos divinos porque les parece conveniente hacerlo, mientras ignoran otro porque les parece que su observancia les demandaría un sacrificio, rebajan las normas del bien y con su ejemplo arrastran a otros a considerar con liviandad la sagrada ley de Dios. "Así dice el Señor', debiera ser nuestra norma en todo tiempo.

Abandonando las carnes
El pueblo que se está preparando para ser santo, puro y refinado, y ser introducido en la compañía de los ángeles  celestiales, ¿habrá de continuar quitando la vida de los seres creados por Dios para sustentarse con su carne y considerarla como un lujo? Por lo que el Señor me ha mostrado, habrá que cambiar este orden de cosas, y el pueblo de Dios ejercerá templanza en todas las cosas. . .
El peligro de contraer una enfermedad aumenta diez veces al comer carne. Las facultades intelectuales, morales y físicas quedan perjudicadas por el consumo habitual de carne. El comer carne trastorna el organismo, anubla el intelecto y embota las sensibilidades morales...La conducta más segura para vosotros consiste en dejar la carne. Testimonios para la iglesia, tomo 2, págs. 58-59.

Evítese la glotonería
Hay muchos que son incapaces de controlar sus apetitos y se dejan arrastrar por sus deseos a expensas de su propia salud. Como resultado de su intemperancia, el cerebro se entorpece, los pensamientos se aletargan y dejan de realizar lo que habrían podido hacer si hubieran sido abnegados y abstemios. Las personas intemperantes le roban a Dios las energías físicas y mentales que podrían haber consagrado a su servicio si hubieran sido temperantes en todas las cosas. . .
La Palabra de Dios coloca la glotonería al mismo nivel que el pecado de la borrachera. Este pecado era tan ofensivo a la vista de Dios, que le ordenó a Moisés que cualquier muchacho que se rebelara y no permitiera el control de sus apetitos, que comiera rebelde y glotonamente todo lo que se le antojara, debía ser llevado por sus padres ante los gobernantes de Israel para ser apedreado. La persona glotona era considerada como un caso perdido. No era útil para los demás y constituía una maldición para sí misma. A esa persona no se le confiaba ninguna responsabilidad, porque su influencia sería detrimental para los demás, y el  mundo lo pasaría mejor librándose de un individuo que sólo lograría perpetuar sus terribles defectos.
Ninguna persona consciente de su responsabilidad ante Dios permitiría que los instintos animales controlen su raciocinio. Los que actúan de esta manera no son verdaderos cristianos, no importa quiénes sean ni cuán elevada sea su posición. El consejo de Cristo es: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto' (S. Mateo 5: 48). Por medio de estas palabras nos enseña que podemos ser tan perfectos en nuestra esfera, como Dios es perfecto en la suya.­ Testimonies for the Church, (Testimonios para la iglesia), tomo 4, págs. 454, 455.

Lecciones de la experiencia de Juan el Bautista
Por mucho tiempo el Señor ha estado llamando la atención de su pueblo en cuanto a la reforma de la salud. Esta obra constituye una de las ramas principales en la preparación para la segunda venida del Hijo del hombre.
Juan el Bautista avanzó con el espíritu y el poder de Elías para aparejar el camino del Señor, y encaminar a los hombres por el sendero de la sabiduría de los justos. Fue un prototipo de los que vivirían en los últimos días con el cometido divino de proclamar a la gente las verdades sagradas, con el fin de preparar el camino para la segunda venida de Cristo. Juan fue un reformador. El ángel Gabriel, descendiendo del cielo, pronunció un discurso sobre salud a los padres de Juan. Les dijo que no bebería vino ni otras bebidas fuertes, y que debería ser lleno del Espíritu Santo desde su mismo nacimiento.

Juan se separó de sus amistades y de los lujos mundanales.  La sencillez de su indumentaria, un vestido fabricado de pelos de camello, fue una aguda reprensión para la extravagancia ostentosa de los sacerdotes judíos, así como para la demás gente. Su alimentación completamente vegetariana, de algarrobas y miel silvestre, constituía una reprensión contra la complacencia de los apetitos y la glotonería prevaleciente por doquiera.

El profeta Malaquías declara: "¡He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres!" (Malaquías 4: 5-6). Aquí el profeta describe el carácter del trabajo que se debe realizar. Los que lleven a cabo la obra de preparar el camino para la segunda venida de Cristo, están representados por el fiel Elías, del mismo modo como Juan vino con el espíritu de Elías para preparar el camino del primer advenimiento de Cristo. El gran tema de la reforma debe presentarse ante el mundo y las mentes del público deben ser impresionadas. El mensaje debe caracterizarse por la práctica de la temperancia en todas las cosas, para que el pueblo de Dios se vuelva de su idolatría, de su glotonería y de su extravagancia en el vestir y otros asuntos. La abnegación, la humildad y la temperancia que Dios requiere de los justos a quienes dirige y bendice de manera especial, deben ser presentadas a las gentes en contraste con los hábitos extravagantes y destructivos de quienes viven en esta época depravada.

Dios nos ha mostrado que la reforma de la salud está conectada tan estrechamente con el mensaje del tercer ángel como lo está la mano con el cuerpo. En ninguna parte se encuentra mayor causa de decadencia moral y física como en el descuido de este importante tema. Aquellos que dan rienda suelta a los apetitos y pasiones y que cierran los ojos a la luz por temor a descubrir complacencias pecaminosas que no desean abandonar, son culpables ante los ojos de Dios. Quienquiera que rechaza la luz que se le da sobre un asunto, predispone su corazón al rechazo de la luz sobre otros. El que viola las obligaciones morales relacionadas con la comida y el vestido, prepara el camino para quebrantar las exigencias divinas que tienen que ver con los intereses eternos.
Nuestros cuerpos no nos pertenecen. Dios tiene el derecho de exigir que cuidemos de la habitación que nos ha dado, para que presentemos nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, y agradable a Dios. Nuestros cuerpos le pertenecen al Dios que nos creó y nosotros estamos moralmente obligados a aprender la mejor forma de preservarlos de la enfermedad. Si debilitamos nuestros cuerpos a causa de la autocomplacencia, satisfaciendo los apetitos y vistiéndonos al compás de modas detrimentales para la salud, solo por el afán de mantenernos en armonía con el mundo, nos convertimos en enemigos de Dios. . .

La providencia divina ha estado impresionando al pueblo de Dios para que abandone las costumbres extravagantes del mundo, se aparte de la complacencia de apetitos y pasiones, y adopte una posición firme sobre la plataforma del dominio propio y de la temperancia en todas las cosas. El pueblo dirigido por Dios será peculiar; un pueblo diferente al mundo. Si aceptan la dirección de Dios cumplirán los propósitos divinos y someterán su voluntad a la suya. Entonces Cristo morará en sus corazones. El templo de Dios será santo. Vuestro cuerpo, dice el apóstol, es el templo del Espíritu Santo. Dios no requiere que sus hijos se nieguen a sí mismos al punto de debilitar sus energías físicas. El exige que sus hijos obedezcan las leyes naturales con el fin de promover una buena salud. El camino de la naturaleza es el sendero que Dios ha marcado y es suficientemente amplio para todos los cristianos. Dios nos ha colmado, con su mano cariñosa, de ricas y abundantes bendiciones para nuestro propio sustento y deleite. Para que nosotros gocemos, sin embargo, del apetito natural que preserva la  salud y prolonga la vida, él restringe ese mismo apetito. Cuídense de los apetitos artificiales, nos amonesta, contrólenlos, rechácenlos. Cuando cultivamos un apetito pervertido, transgredimos las leyes de nuestro organismo y nos echamos encima la responsabilidad del abuso de nuestro propio cuerpo y de acarrear enfermedades sobre nosotros mismos. . .

El dominio propio es esencial en toda religión genuina. Los que no han aprendido a negarse a sí mismos se hallan destituidos de la piedad práctica vital. Es inevitable que las demandas de la religión afecten nuestras inclinaciones naturales y nuestros intereses temporales. Todos tenemos una obra que hacer en la viña del Señor. EGW CSS

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