sábado, 18 de febrero de 2012

SECCIÓN XIII. LA SANTIDAD DE VIDA. 37. “Cuidado Con La Corrupción Moral”


Si las hermanas fuesen nobles y puras de corazón, cualquier insinuación corrupta, aun de parte de sus ministros, sería repelida con tal firmeza que no se repetiría nunca más. Deben ser mentes terriblemente confundidas por Satanás las que escuchan la voz del seductor porque es un ministro, y en consecuencia faltan a los claros y positivos mandamientos de Dios y se engañan pensando que no cometen pecado. ¿Acaso no tenemos las palabras de Juan: "El que dice: Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en el" (1 Juan 2: 4)? ¿Qué dice la ley? "No cometerás adulterio". Cuando un hombre profesa guardar la santa ley de Dios, y es un ministro de las cosas sagradas, se aprovecha de la confianza que su rango inspira y busca satisfacer sus bajas pasiones, este sólo hecho debiera ser suficiente para hacer ver a una mujer que profesa la piedad que, aunque su profesión es tan exaltada como los cielos, una propuesta impura de parte de él viene de Satanás vestido de ángel de luz. No puedo creer que la Palabra de Dios sea una presencia constante en los corazones de los que tan fácilmente rinden su inocencia y virtud ante el altar de las concupiscencias.

Hermanas mías, evitad hasta la apariencia del mal. En  esta era disoluta y abundante en corrupción, no estáis seguras a menos que permanezcáis en guardia. La virtud y la modestia son raras. Os ruego que como seguidoras de Cristo, con una exaltada profesión de fe, fomentéis la preciosa e inestimable gema de la modestia. Esta protegerá la virtud. Si albergáis la esperanza de ser finalmente exaltadas para estar en la compañía de los ángeles puros y sin pecado, y vivir en una atmósfera donde no hay la más pequeña mancha de pecado, sed modestas y virtuosas. Nada sino la pureza, la sagrada pureza, podrá soportar el gran examen, resistir el día de Dios, y ser recibida en un cielo puro y santo.

Rehuid las familiaridades indebidas
Las más pequeñas insinuaciones, vengan de quien vinieren, invitándolos a cometer pecado o a permitir la menor licencia injustificada para con vuestras personas, debieran ofenderos como el peor de los insultos a vuestra dignidad de mujeres. Un beso en la mejilla, en un momento y lugar inoportunos, debiera haceros rechazar al emisario de Satanás con disgusto. Si viene de alguien que detenta un importante puesto y se ocupa de las cosas sagradas, el pecado es diez veces más grande, y debiera hacer que una mujer o joven temerosa de Dios se aparte con horror, no sólo del pecado que os haría cometer, sino también de la hipocresía y bajeza de quien la gente respeta y honra como siervo de Dios.

  Está manejando asuntos sagrados, y sin embargo ocultando la bajeza de su corazón con su vestimenta de ministro. Temed cualquier manifestación de familiaridad semejante. Estad seguras de que el más mínimo atisbo de esta familiaridad evidencia una mente lasciva y un ojo concupiscente. Si esta actitud se alienta en lo más mínimo, si se tolera cualquiera de las libertades mencionadas, tenéis la mejor evidencia de que vuestras mentes no son puras y castas como debieran ser, y que el pecado y el mal son atractivos para vosotras. Rebajáis el nivel de vuestro carácter de mujeres dignas y virtuosas, y dais clara evidencia de que habéis permitido que una pasión concupiscente, baja, animal y ordinaria se mantenga viva en vuestro corazón y nunca haya sido crucificada.

Cuando me fueron mostrados los peligros que corren los que profesan cosas mejores, y los pecados que existen entre ellos ­una clase que no se sospecha que esté en peligro de ser afectada por estos pecados corruptores­ sentí la necesidad de saber: ¿Quién, oh Dios, podrá mantenerse en pie cuando tú aparezcas? Sólo los que tienen las manos limpias y los corazones puros soportarán el día de su venida.

Modestia y reserva
El Espíritu del Señor me impulsa a urgir a mis hermanas que profesan piedad a ser modestas en su apariencia y a actuar con un apropiado recato, con pudor y sobriedad. Las libertades que la gente se toma en esta época de corrupción no debieran ser norma para los seguidores de Cristo. Estas exhibiciones de familiaridad que están de moda no debieran existir entre los cristianos preparados para la inmortalidad. Si la lascivia, la contaminación, el adulterio, el crimen y el asesinato están a la orden del día entre los que no conocen la verdad, y se niegan a ser controlados por los principios de la Palabra de Dios, cuán importante sería que el grupo que profesa ser seguidor de Cristo, aliado de Dios y los ángeles, pudiera mostrarles un camino mejor y más noble. Cuán importante sería que por su castidad y virtud se ubicaran en marcado contraste con el grupo que es controlado por las bajas pasiones.

He preguntado: ¿Cuándo actuarán con corrección las hermanas jóvenes? Sé que no habrá un progreso decisivo hasta que los padres se den cuenta de la importancia de poner más cuidado en educar a su hijos correctamente. Enseñadles a actuar con recato y modestia. Educadlos para ser útiles, para ser ayuda y servir a los demás antes que para ser atendidos y servidos.

Satanás controla las mentes de los jóvenes en general. No enseñáis a vuestras hijas a negarse y a controlarse a sí mismas. Las mimáis y fomentáis su orgullo. Les permitís hacer su voluntad hasta que llegan a ser tercas y obstinadas, y entonces no sabéis qué hacer para salvarlas de la ruina. Satanás las está llevando a ser objeto de escarnio en boca de los incrédulos por causa de su descaro y su falta de recato y femenina modestia. A los jóvenes también se los deja hacer su voluntad. Apenas tienen trece o catorce años y ya entablan relación con jovencitas de su edad, las acompañan a sus casas y les hacen el amor. Y los padres están tan completamente atados por su propia indulgencia y su amor equivocado por sus hijos, que no se atreven a actuar decididamente para cambiar y controlar a sus muy precoces hijos en esta época disipada.

Entre muchas señoritas el tema de conversación es los jóvenes; entre los jóvenes, el tema es las señoritas. "De la abundancia del corazón habla la boca" (Mateo 12: 34). Conversan de las cosas en que su mente se ocupa comúnmente. El ángel registrador está escribiendo las palabras de estos jóvenes y señoritas que son profesos cristianos. ¡Cómo se sentirán perturbados y avergonzados cuando se encuentren de nuevo en el día de Dios! Muchos niños son hipócritas piadosos. Los jóvenes que no profesan una religión tropiezan con estos hipócritas y son endurecidos, y ya no responden a ningún esfuerzo de parte de los que están interesados en su salvación.

La única seguridad
Cuanto mayor responsabilidad tenga la posición que se ocupa, tanto más indispensable es que la influencia que se ejerce sea correcta. Toda persona a quien Dios ha elegido  para que realice una obra especial se convierte en un blanco de Satanás. Las tentaciones se acumulan sobre ella, porque nuestro enemigo vigilante sabe que su comportamiento ejerce una influencia modeladora sobre los demás... La única seguridad para cualquiera de nosotros consiste en aferrarnos de Jesús sin dejar que nada separe el alma del poderoso Ayudador.­ Testimonies for the Church, tomo 5, págs. 428-429 (1885).

Siervos del pecado *
Se me ha mostrado que vivimos en medio de los peligros de los últimos días. Por cuanto abunda la iniquidad, el amor de muchos se enfría. La palabra "muchos" se refiere a los que profesan seguir a Cristo. Afectados, sin que ello sea necesario, por la iniquidad prevaleciente, se apartan de Dios. La causa de esta apostasía estriba en que no se mantienen apartados de la iniquidad. El hecho de que su amor hacia Dios se esté enfriando por causa de que abunda la iniquidad, demuestra que, en cierto sentido, participan de esta iniquidad, pues de otra manera ella no afectaría su amor a Dios, ni su celo y fervor en su causa.

Se me ha presentado un horrible cuadro de la condición del mundo. La inmoralidad cunde por doquiera. La disolución es el pecado característico de esta era. Nunca alzó el vicio su deforme cabeza con tanta osadía como ahora. La gente parece aturdida, y los amantes de la virtud y de la verdadera bondad casi se desalientan por esta osadía, fuerza y predominio del vicio. La iniquidad prevaleciente no es del dominio exclusivo del incrédulo y burlador. Ojalá fuese tal el caso; pero no sucede así. Muchos hombres y mujeres que profesan la religión de Cristo son culpables. Aun los que profesan esperar su aparición no están más preparados para  ese suceso que Satanás mismo. No se están limpiando de toda contaminación. Han servido durante tanto tiempo a su concupiscencia, que sus pensamientos son, por naturaleza, impuros y sus imaginaciones, corruptas. Es tan imposible lograr que sus mentes se espacien en cosas puras y santas como lo sería desviar el curso del Niágara y hacer que sus aguas remontasen las cataratas.

La juventud entrampada
Jóvenes y niños de ambos sexos participan de la contaminación moral, y practican el asqueroso vicio solitario destructor de cuerpo y alma. Muchos de los que profesan ser cristianos están tan atontados por la misma práctica que sus sensibilidades morales no pueden ser despertadas para comprender que es pecado, y que si persisten en ello terminarán de seguro por destruir completamente el cuerpo y la mente. ¡El hombre, el ser más noble de la tierra, formado a la imagen de Dios, se transforma en una bestia, se embrutece y corrompe! Cada cristiano tendrá que aprender a refrenar sus pasiones y a guiarse por sus buenos principios. A menos que lo haga, es indigno del nombre de cristiano.

Algunos que ostensiblemente profesan el cristianismo no comprenden el pecado de la masturbación y sus resultados inevitables. Un hábito inveterado ha cegado su entendimiento. No se dan cuenta del carácter excesivamente pecaminoso de este pecado degradante que debilita y destruye su fuerza nerviosa y cerebral. Los principios morales se debilitan excesivamente cuando están en conflicto con un hábito inveterado. Los solemnes mensajes del Cielo no pueden impresionar con fuerza el corazón que no está fortificado contra la práctica de este vicio degradante. Los nervios sensibles del cerebro han perdido su tonicidad por la excitación mórbida destinada a satisfacer un deseo antinatural de complacencia sensual. Los nervios del cerebro que relacionan todo el organismo entre sí son el único  medio por el cual el Cielo puede comunicarse con el hombre, y afectan su vida más íntima. Cualquier cosa que perturbe la circulación de las corrientes eléctricas del sistema nervioso, disminuye la fuerza de las potencias vitales, y como resultado se atenúa la sensibilidad de la mente. En consideración de estos hechos, ¡cuán importante es que los ministros y la gente que profesan piedad se conserven sin mancha de este vicio degradante!

Mi alma cayó postrada por la angustia cuando se me reveló la condición débil de los que profesan pertenecer al pueblo de Dios. Abunda la iniquidad, y el amor de muchos se enfría. Son tan sólo pocos los cristianos profesos que consideran este asunto según la debida luz y que ejercen el dominio debido sobre sí mismos cuando la opinión pública y las costumbres no los condenan. ¡Cuán pocos refrenan sus pasiones porque se sienten bajo la obligación moral de hacerlo, y porque el temor de Dios está ante sus ojos! Las facultades superiores del hombre están esclavizadas por el apetito y las pasiones corruptas.

Algunos reconocerán el mal de las prácticas pecaminosas y, sin embargo, se disculparán diciendo que no pueden vencer sus pasiones. Esta es una admisión terrible de parte de una persona que lleva el nombre de Cristo. "Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo" (2 Timoteo 2: 19). ¿Por qué existe esta debilidad? Es porque las propensiones animales han sido fortalecidas por el ejercicio, hasta que han prevalecido sobre las facultades superiores.

  A los hombres y mujeres les faltan principios. Están muriendo espiritualmente porque han condescendido durante tanto tiempo con sus apetitos naturales que su dominio propio parece haber desaparecido. Las pasiones inferiores de su naturaleza han empuñado las riendas, y la que debiera ser la facultad dominante se ha convertido en la sierva de la pasión corrupta. Se mantiene al alma en la servidumbre más abyecta. La sensualidad ha apagado el deseo  de santidad, y ha agostado la prosperidad espiritual.

Los frutos de la indolencia
Mi alma se aflige por los jóvenes que forman su carácter en esta era de degeneración. Tiemblo también por sus padres, porque se me ha mostrado que en general no entienden su obligación de educar a sus hijos en el camino por donde deben andar. Consultan las costumbres y las modas; y los niños no tardan en dejarse llevar por éstas y se corrompen, mientras sus indulgentes padres no advierten el peligro. Pero muy pocos jóvenes están libres de hábitos corrompidos. En extenso grado se le exime de ejercicio físico por temor a que trabajen demasiado. Los padres mismos llevan las cargas que sus hijos debieran llevar. Es malo trabajar con exceso, pero los resultados de la indolencia son más temibles. La ociosidad conduce a la práctica de hábitos corrompidos. La laboriosidad no cansa ni agota una quinta parte de lo que rinde el hábito pernicioso de la masturbación. Si el trabajo sencillo y bien regulado agota a vuestros hijos, tened la seguridad, padres, de que hay, además del trabajo, algo que debilita su organismo y les produce una sensación de cansancio continuo. Dad a vuestros hijos trabajo físico para que pongan en ejercicio los nervios y los músculos. El cansancio que acompaña un trabajo tal, disminuirá su inclinación a participar en los hábitos viciosos. La ociosidad es una maldición. Produce hábitos licenciosos.

Se me han presentado muchos casos, y mi alma ha enfermado y se ha llenado de asco al tener una vislumbre de sus vidas íntimas, a causa de la podredumbre del corazón de los seres humanos que profesan piedad y hablan de ser trasladados al Cielo. Me he preguntado con frecuencia: ¿En quién puedo confiar? ¿Quién está libre de iniquidad?

Un ejemplo de degradación
Mi esposo y yo asistimos una vez a una reunión en la que se solicitó nuestra simpatía en favor de un hermano que sufría mucho de tisis. Pálido y demacrado, el enfermo solicitó las oraciones de los hijos de Dios. Nos dijo que su familia estaba enferma y que había perdido un hijo. Habló con sentimiento de su pérdida. Dijo que desde hacía un tiempo esperaba a los hermanos White. Creía que si ellos oraban por él, sanaría. Después de terminar la reunión, los hermanos nos llamaron la atención a su caso.

  Dijeron que la iglesia les estaba ayudando, que su esposa estaba enferma, y que su hijo había muerto. Los hermanos se habían reunido para orar por la familia afligida. Estábamos muy cansados, y pesaba sobre nosotros la responsabilidad del trabajo durante la reunión, y deseábamos que se nos disculpara.
Yo había resuelto no orar a favor de nadie, a menos que el Espíritu del Señor dictase lo que debía hacerse. Se me había mostrado que abundaba tanta iniquidad, aun entre los profesos observadores del sábado, que no deseaba orar con otros en favor de aquellos cuya historia no conocía. Cuando expresé mi razón, los hermanos me aseguraron que, por cuanto sabían, era un hermano digno. Conversé algunas palabras con el que había solicitado nuestras oraciones para ser sanado; pero no me sentía libre.

El lloró y dijo que había aguardado nuestra venida, y se sentía seguro de que si orábamos por él, recobraría la salud. Le dijimos que no conocíamos su vida; que preferíamos que orasen por él aquellos que le conocían. Nos importunó con tanta insistencia que decidimos considerar su caso, y presentarlo ante el Señor aquella noche; y si el camino parecía expedito, cumpliríamos con su petición.
Esa noche, postrados en oración, presentamos su caso ante el Señor. Pedimos conocer la voluntad de Dios acerca  de él. Todo lo que deseábamos era que Dios fuera glorificado. ¿Quería el Señor que orásemos por este hombre afligido? Dejamos la carga al Señor y nos retiramos a descansar. En un sueño se me presentó claramente el caso de este hombre. Se me mostró su conducta desde su infancia, y supe que si orábamos, el Señor no nos oiría, porque ese hermano albergaba iniquidad en su corazón.

  A la mañana siguiente, el hombre acudió a pedirnos que orásemos por él. Lo llevamos aparte y le dijimos que lamentábamos vernos obligados a negarle lo que pedía. Relaté mi sueño que él lo reconoció como verdadero. Había abusado de sí mismo desde su juventud, y había continuado haciéndolo durante su matrimonio, pero dijo que procuraría librarse del vicio. Este hombre tenía que vencer el hábito fomentado durante mucho tiempo. Ya era hombre de edad madura. Sus principios morales eran tan débiles, que se desmoronaban cuando tenía que luchar con un vicio tan arraigado.

  Las pasiones más bajas habían adquirido gran ascendiente sobre su naturaleza superior. Le interrogué acerca de la reforma pro salud. Dijo que no podía vivir de acuerdo con ella. Su esposa arrojaba de la casa la harina integral si se la traían. Sin embargo esta familia había recibido ayuda de la iglesia. Se habían hecho oraciones en su favor. Había muerto su hijo, la esposa estaba enferma, y el esposo y padre nos presentaba su caso para que lo llevásemos a un Dios puro y santo, a fin de que realizase un milagro y lo sanase. Las sensibilidades morales de este hombre estaban embotadas.

Cuando los jóvenes adoptan prácticas viles mientras su espíritu es tierno, nunca obtendrán fuerza para desarrollar plena y correctamente su carácter físico, intelectual y moral.

Allí había un hombre que se degradaba diariamente, y sin embargo se atrevía a comparecer en la presencia de Dios, para pedir renovación de la fuerza que había despilfarrado vilmente, y que, si le era concedida, consumiría  en su concupiscencia. ¡Qué tolerancia la de Dios! Si tratase al hombre de acuerdo con sus caminos corrompidos, ¿quién podría vivir delante de él? Y si nosotros hubiésemos sido menos cautelosos y hubiésemos presentado este caso a Dios, mientras practicaba la iniquidad, ¿nos habría oído el Señor? ¿Habría contestado? "Porque tú no eres un Dios que ame la maldad: el malo no habitará junto a ti. No estarán los insensatos delante de tus ojos: aborreces a todos los que obran iniquidad". "Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oyera" 
(Salmo 5: 4-5; 66: 18). 

Este no es un caso aislado. Aun las relaciones matrimoniales eran insuficientes para preservar a este hombre de los hábitos corrompidos de su juventud. ¡Ojalá se me pudiera convencer de que los casos como el que presenté son raros; pero sé que son frecuentes! Los hijos que nacen de padres dominados por pasiones corrompidas resultan inútiles. ¿Qué puede esperarse de tales hijos, sino que se hundan aún más bajo que sus padres? ¿Qué puede esperarse de esta generación naciente? Miles carecen de principios. Estos mismos transmiten a su posteridad sus propias pasiones miserables y corruptas. ¡Qué legado! Miles arrastran sus vidas sin principios, contaminan a los que viven con ellos y perpetúan sus pasiones degradadas, transmitiéndolas a sus hijos. Asumen la responsabilidad de darles la estampa de su propio carácter.

Los principios morales son la única salvaguardia
Vuelvo al caso de los cristianos. Si todos los que profesan obedecer la ley de Dios estuvieran libres de iniquidad, mi alma quedaría aliviada; pero no lo están. Aun algunos de los que profesan guardar todos los mandamientos de Dios son culpables del pecado de adulterio. ¿Qué puedo decir para despertar sus sensibilidades embotadas? Los principios morales, aplicados estrictamente, son la única salvaguardia  del alma. Si hubo alguna vez un tiempo en que la alimentación debía ser de la clase más sencilla, es ahora. No debe ponerse carne delante de nuestros hijos. Su influencia tiende a excitar y fortalecer las pasiones inferiores, y tiende a amortiguar las facultades morales. Los cereales y las frutas, preparados sin grasa y en forma tan natural como sea posible, deben ser el alimento destinado a todos aquellos que aseveran estar preparándose para ser trasladados al Cielo. Cuanto menos excitante sea nuestra alimentación, tanto más fácil será dominar las pasiones. La complacencia del gusto no debe ser consultada sin tener en cuenta la salud física, intelectual o moral.

La satisfacción de las pasiones más bajas inducirá a muchos a cerrar los ojos a la luz, porque temen ver pecados que no están dispuestos a abandonar. Todos pueden ver si lo desean. Si prefieren las tinieblas a la luz, su criminalidad no disminuirá por ello. ¿Por qué no leen los hombres y mujeres y se instruyen en estas cosas que tan decididamente afectan su fuerza física, intelectual y moral? Dios os ha dado un tabernáculo que cuidar y conservar en la mejor condición para su servicio y gloria. Vuestros cuerpos no os pertenecen. "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios". "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (1 Corintios 6: 19-20; 3: 16-17).

Enceguecidos por el pecado *
Satanás se regocija cuando logra que algunos pecadores se incorporen a la iglesia como profesos observadores del sábado, mientras siguen permitiéndole a él que controle sus mentes y sus afectos y los utilice para engañar y corromper a otros. En esta época degenerada se encontrarán muchos tan ciegos a la pecaminosidad del pecado que preferirán elegir una vida licenciosa, porque ésta se adecua a las inclinaciones perversas del corazón. En lugar de pararse frente al espejo de la ley de Dios, y conformar sus corazones y caracteres con la norma divina, permiten a los agentes de Satanás que establezcan sus normas en sus corazones. Los hombres corruptos consideran más fácil interpretar las Escrituras erróneamente, de modo que parezca apoyarlos en su iniquidad, antes que abandonar su corrupción y pecado, y ser puros de corazón y vida.

Hay más personas de esta clase de lo que muchos han imaginado, y se multiplicarán a medida que nos acercamos al fin del tiempo. A menos que hundan sus raíces en la verdad de la Biblia y se fundamenten en ella y mantengan una conexión viviente con Dios, muchos quedarán infatuados y engañados. Hay peligros invisibles que asedian nuestro sendero. Nuestra única seguridad consiste en velar y orar constantemente. Cuanto más cerca de Jesús vivamos, tanto más participaremos de su carácter puro y santo; cuanto más ofensivo nos resulte el pecado, tanto más deseables nos parecerán la pureza y el resplandor de Cristo. . .

Siempre hay un poder hechicero en las herejías y en la licencia. La mente está tan seducida que no puede razonar inteligentemente, y una ilusión la desvía continuamente de la pureza. La visión espiritual se empaña; y personas de moralidad hasta entonces intachable se confunden bajo los sofismas engañadores de aquellos agentes de Satanás que profesan ser mensajeros de luz. Este engaño es lo que da poder a estos agentes. Si ellos se presentasen audazmente e hiciesen abiertamente sus proposiciones, serían rechazados sin un momento de vacilación; pero obran primero de tal manera que inspiran simpatía y confianza como si fuesen santos y abnegados hombres de Dios. Como sus mensajeros especiales, empiezan entonces su artera obra de apartar las almas de la senda de la rectitud, y procuran anular la ley de Dios. . .

Si se elige la compañía de un hombre de mente impura y hábitos licenciosos en preferencia a la de los virtuosos y puros, ello es indicio seguro de que armonizan los gustos y las inclinaciones, de que se ha llegado a un bajo nivel de moralidad. Estas almas engañadas e infatuadas llaman a este nivel alta y santa afinidad del espíritu, armonía espiritual. Pero el apóstol lo llama "malicias espirituales en los aires" (Efesios 6: 12), contra las cuales debemos guerrear vigorosamente.

Cuando el engañador comienza su obra de seducción, encuentra con frecuencia disparidad de gustos y hábitos; pero haciendo grandes alardes de piedad, conquista la confianza, y cuando lo ha hecho, su astuto poder engañoso se ejerce a su manera para realizar sus planes. Al asociarse con estos elementos peligrosos, las mujeres se acostumbran a respirar esa atmósfera de impureza, y casi insensiblemente se compenetran del mismo espíritu. Pierden su identidad y se transforman en la sombra de su seductor.

Reformadores hipócritas
Hombres que profesan tener nueva luz, que aseveran ser reformadores, ejercerán gran influencia sobre cierta clase de personas que reconocen las herejías de la época actual, y no están satisfechas con la condición espiritual que existe en  las iglesias. Con corazón veraz y sincero desean ver un cambio hacia lo mejor, elevarse a una norma superior. Si los fieles siervos de Cristo les presentaran la verdad en su forma pura y sin adulteración, estas personas la aceptarían y se purificarían obedeciéndola. Pero Satanás, que vela siempre, sigue el rastro de estas almas investigadoras. Se les presenta alguien que hace una alta profesión de fe, como Satanás cuando fue a Cristo disfrazado de ángel de luz, y las aleja aún más de la senda correcta.

Es incalculable la desgracia y la degradación que siguen en la estela de la licencia. El mundo está contaminado por sus habitantes. Casi han colmado la medida de su iniquidad; pero lo que atraerá la retribución más grave es la práctica de la iniquidad bajo el manto de la piedad. El Redentor del mundo no despreció nunca el verdadero arrepentimiento, por grande que fuera la culpa; pero lanzó ardientes denuncias contra los fariseos y los hipócritas. Hay más esperanza para el que peca abiertamente que para esta clase de personas. . .

Como embajadora de Cristo, os suplico a vosotros que profesáis la verdad presente, que rechacéis cualquier avance de la impureza, y abandonéis la sociedad de aquellos que emiten una sugestión impura. Repudiad estos pecados contaminadores con el odio más intenso. Apartaos de aquellos que, aun en la conversación, permiten que su mente siga esta tendencia; "porque de la abundancia del corazón habla la boca" (Mateo 12: 34).

Como el número de los que practican estos pecados contaminadores aumenta constantemente en el mundo, y ellos quisieran introducirse en nuestras iglesias, os amonesto a que no les deis cabida. Apartaos del seductor. Aunque profese seguir a Cristo, es Satanás en forma humana; ha tomado prestada la librea del cielo para servir mejor a su señor. No debierais ni por un momento dar cabida a una sugestión impura y disfrazada; porque aun esto manchará el alma, como el agua impura contamina el conducto por el cual pasa.

Prefiramos la pobreza, el oprobio, la separación de nuestros amigos o cualquier sufrimiento, antes que contaminar el alma con el pecado. La muerte antes que el deshonor o la transgresión de la ley de Dios, debiera ser el lema de todo cristiano. Como pueblo que profesa ser constituido por reformadores que atesoran las más solemnes y purificadoras verdades de la Palabra de Dios, debemos elevar la norma mucho más alto de lo que está puesta actualmente. El pecado y los pecadores que hay en la iglesia deben ser eliminados prestamente, a fin de que no contaminen a otros. La verdad y la pureza requieren que hagamos una obra más cabal para limpiar de Acanes el campamento. No toleren el pecado en un hermano de los que tienen cargos de responsabilidad. Muéstrenle que debe dejar sus pecados o ser separado de la iglesia. EGW CSS 


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